miércoles, 19 de julio de 2017
La Trinidad. Cada vez que hacemos la señal de cruz pronunciamos el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo, el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo -, se hace o se recibe «en el nombre de», es decir «por la autoridad», o «por el poder» o «por gracia», del Padre que nos creó, del Hijo que nos ha redimido, y del Espíritu Santo que nos santifica. El hombre es admitido al interior de la vida divina.
1 La Trinidad. Cada vez que hacemos la señal de cruz pronunciamos el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo, el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo -, se hace o se recibe «en el nombre de», es decir «por la autoridad», o «por el poder» o «por gracia», del Padre que nos creó, del Hijo que nos ha redimido, y del Espíritu Santo que nos santifica. El hombre es admitido al interior de la vida divina. Cfr. La Santísima Trinidad (Domingo después de Pentecostés) Ciclo B 2009 - 7 junio 2009 Deuteronomio 4, 32-34.39-40; Salmo 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20 Somos hijos de Dios – Nuestra participación en la vida divina 1. Unas palabras familiares para el cristiano o La historia de nuestra salvación es la historia del camino y los medios por los que se revela y nos salva el Dios uno y trino • CCE n. 234: (...) «Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos» (DCG 47). • Nos resulta familiar a los cristianos la referencia a la Trinidad: cada vez que hacemos la señal de cruz pronunciamos el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y si se hace con cuidado, con verdadera fe, queda claro el significado de ese gesto acompañado de las palabras «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo, el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo -, se hace o se recibe «en el nombre de», es decir «por la autoridad», o «por el poder» o «por gracia», del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. • En el umbral de nuestra vida se nos dijo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… • ... Y en el momento del fallecimiento se nos dirá: "Parte, alma cristiana, de este mundo, en el nombre del Padre que te ha creado, del Hijo que te ha redimido, del Espíritu Santo que te ha santificado…." • Y entre estos dos extremos: en el nombre de la Trinidad los novios se unen en el Matrimonio; en el nombre de la Trinidad recibimos el sacramento del sacerdocio los sacerdotes; en el nombre de la Trinidad son remitidos nuestros pecados en el sacramento de la Reconciliación…; hemos iniciado la celebración de esta santa Misa en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y la acabaremos, dentro de poco, con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La revelación de cada una de las personas: la pedagogía de esta revelación • CCE n. 684: El Espíritu Santo con su gracia es el «primero» que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: «que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). No obstante, es el «último» en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. S. Gregorio Nacianceno, «el Teólogo», explica esta progresión por medio de la pedagogía de la «condescendencia» divina: El Antiguo Testamento proclama muy claramente al Padre, y más oscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida... Así por avances y progresos «de gloria en gloria», es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (Or. theol. 5, 26). 2 • Oración colecta de la Misa de la Trinidad: Dios Padre todopoderoso, que al enviar al mundo al Verbo de verdad y al Espíritu santificador, revelas a los hombres tu misterio admirable, concédenos que al profesar la religión verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad .... • “La Trinidad divina no es para nosotros simplemente un misterio impenetrable (como se la presenta a menudo), es más bien la forma en que Dios ha querido darse a conocer al mundo y especialmente a nosotros los cristianos: El es nuestro Padre que nos ha amado tanto que entregó a su Hijo por nosotros y además nos dio su Espíritu para que pudiéramos conocer a Dios como el amor ilimitado. ¿Quién - se pregunta Pablo - conoce la intimidad de Dios? Sólo su propio Espíritu. Pero es precisamente este Espíritu el que El ha puesto en nuestros corazones: «Así conocemos a fondo los dones que Dios nos ha hecho» (1 Co 2,12). Si se conoce la verdad cristiana, es absolutamente falso decir que el hombre es incapaz de conocer a Dios. Dios no sólo nos ha hecho conocer su existencia (de la que tiene un presentimiento todo hombre que ve que las cosas del mundo no se han hecho a sí mismas), sino que nos ha proporcionado también una idea de su esencia íntima. Esto es lo que la Iglesia debe anunciar a «todos los pueblos» 1 .” 2. La criatura que se deja guiar por el Espíritu llega a formar parte de la familia trinitaria, participa de la vida divina: la filiación divina o La vida del cristiano es participación en la vida de Cristo: inicia por la fe en la Palabra de Dios y por el Bautismo, y se desarrolla y crece por la acción del Espíritu Santo Evangelio de hoy: Mateo 28, 19-20 “Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” 2ª Lectura de hoy: Romanos 8, 14-16 “ Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!». Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”. La vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo “La vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo, Hijo de Dios por naturaleza. Al ser, por adopción, verdaderamente hijo de Dios, el cristiano tiene - por decirlo así – un derecho a participar también en su herencia: la vida gloriosa en el cielo (vv. 14-18). Esta vida divina iniciada en el Bautismo por le regeneración en el Espíritu Santo, se desarrolla y crece bajo la dirección de este Espíritu, que hace al bautizado cada vez más conforme a la imagen de Cristo (vv. 14.26-27). Así, la filiación adoptiva del cristiano es ya ahora una realidad – posee ya las primicias del Espíritu (v. 23) -; pero sólo al final de los tiempos, con la resurrección gloriosa del cuerpo, la redención llegará a su plenitud. (...) Mientras tanto estamos en una situación de espera - no carente de padecimientos (v. 18), gemidos (v. 23) y flaquezas (v. 26)-, caracterizada por una cierta tensión entre los que ya poseemos y somos, y lo que aún anhelamos. (...)” 2 . La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual “La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo” 3 . Dejarse llevar por el Espíritu 1 Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, Ediciones Encuentro, Madrid 1994, pp. 164-165 2 Nuevo Testamento, Eunsa, comentario a Romanos 8, 14-30 3 Es Cristo que pasa, n. 65 3 "Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rm 8,14). Estas palabras del Apóstol Pablo que acaban de resonar en nuestra asamblea nos ayudan a entender mejor el significativo mensaje de la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, que hoy celebramos. Él se dejó llevar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se puede cumplir en plenitud la voluntad de Dios. Esta fundamental verdad cristiana era un motivo recurrente en su predicación. En efecto, no cesaba de invitar a sus hijos espirituales a invocar al Espíritu Santo para que la vida interior, es decir, la vida de relación con Dios, y la vida familiar, profesional y social, hecha de pequeñas realidades terrenas, no estuvieran separadas, sino que constituyeran una única existencia "santa y llena de Dios". "A ese Dios invisible -escribió-, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales" (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 114). Actual y urgente es también hoy esta enseñanza suya. El creyente, en virtud del bautismo que le incorpora a Cristo, está llamado a entablar con el Señor una ininterrumpida relación vital. (Juan Pablo II, Homilía Canonización, 6 octubre 2002) Contenido de la llamada a la santidad: cultivar humildad y espíritu de servicio, abandonarse en la Providencia, escucha constante de la voz del Espíritu. “Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el Santo Fundador os indica, queridos Hermanos y Hermanas que hoy os alegráis por su elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior. Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo, seréis "sal de la tierra" (cf. Mt 5, 13) y brillará "vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (ibíd., 5, 16).” (Juan Pablo II, Homilía Canonización, 6 octubre 2002) o Dos «espíritus» en el hombre: Romanos 8,14-17 (2ª Lectura) Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B. Piemme 4 ed. settembre 1996, pp. 353-354: espíritu del hombre y Espíritu de Dios En primer lugar, está el espíritu del hombre, es decir, el principio de su existir, de su obrar, de su amar y pecar, de su libertad y esclavitud. Pero también está un espíritu de Dios, principio de su amor y de su comunicación al hombre. Pues bien, este espíritu divino penetra en el espíritu del hombre, lo invade como un viento que lo envuelve todo y lo empapa. La criatura que lo acoge y se deja conquistar por este Espíritu, es transformada de hijo del hombre en hijo de Dios, se convierte en miembro de su familia, es declarada oficialmente coherede del primogénito de Dios, Cristo. Sobre sus labios ya no afloran las súplicas de un súbdito que imploran a un emperador, sino la afectuosa invocación del hijo que llama: «¡Abbà, padre!». No sólo una revelación de los secretos de la divinidad y sino también la proclamación de la admisión del hombre al interior de la vida divina: ingreso en la misma experiencia de Dios. Por tanto, Pablo no delinea una simple revelación de los secretos misteriosos de la divinidad sino que proclama una verdadera y propia admisión al interior de la vida divina. Este ingreso del hombre en la misma experiencia de Dios acontece por medio del bautismo, visto como raíz del acontecimiento cristiano, y a través de la escucha obediente de la Palabra. Esto es formulado de modo lapidario en la escena final del Evangelio de Mateo que hoy [Solemnidad de la Trinidad, Mt. 28 16- 20] domina en la liturgia. (...) 4 Entrar en la intimidad divina es posible para el hombre solamente por la revelación, es decir, a través de la comunicación que Dios hace de sí mismo. Es Dios quien rompe el silencio de su misterio y nos ofrece algo del resplandor de su luz infinita. 3. La vida divina en nosotros es el amor de Dios (Espíritu Santo) que se derrama en nuestros corazones: Romanos 5,5 • “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5) • El Espíritu es principio en cada criatura de la vida divina en Cristo. Una vida nueva que Dios da, de la que se pueden señalar algunos de los contenidos, según la Escritura 4 : [Rom 5,5] (b). El Espíritu Santo de la promesa, Efesios 1,13; Ga 3,14; Hechos 2,33+, que caracteriza la nueva alianza (Romanos 2,29; 7,6; 2 Corintios 3,6; ver Gálatas 3,3; 4,29; Ezequiel 36,27 +), no es solamente una manifestación exterior de poder taumatúrgico y carismático (Hechos 1,8+); es sobre todo un principio interior de vida nueva que Dios da (1 Tesalonicenses 4,8, etc. ver: Lucas 11,13; Juan 3,34; 14, 16 ss; Hechos 1,5; 2,38; etc.; 1 Juan 3,24), envía (Gálatas 4,6; ver Lucas 24,49; Juan 14,26; 1 Pedro 1,12); suministra (Gálatas 3,5; Flp 1,19), derrama (Romanos aquí; Tito 3, 5ss; ver Hechos 2,33+). Recibido por la fe (Gálatas 3, 2.14; ver Juan 7, 38s; Hch 11,17), y el bautismo (1 Corintios 6,11; Tt 3,5; ver Juan 3,5; Hechos 2,38; 19, 2-6), habita en el cristiano (Romanos 8,9; 1 Corintios 3,16; 2 Timoteo 1,14; ver St 4,5), en su espíritu (Romanos 8,16; ver Romanos 1,9+) y aún en su cuerpo (1 Corintios 6,19). Este Espíritu, que es el Espíritu de Cristo (Romanos 8,9; Filipenses 1,19; Gálatas 4,6; ver 2 Corintios 3,17; Hechos 16,7; Juan 14,26; 15, 26; 16, 7.14), hace hijo de Dios al cristiano (Romanos 8, 14-16; Gálatas 4, 6s), y hace habitar a Cristo en su corazón (Efesios 3,16). Es para el cristiano (como para el mismo Cristo Romanos 1,4+) principio de resurrección (Romanos 8,11+), por un don escatológico que desde ahora le marca como con sello (2 Corintios 1,22; Efesios1,13; 4,30), y se encuentra en él a título de arras (2 Corintios 1,22; Efesios 1,13; 4,30), y de primicias (Romanos 8,23). Sustituyendo el principio malo de la carne (Romanos 7,5+), se hace en el hombre principio de fe ((1 Corintios 12,3; 2 Corintios 4,13; ver 1 Juan 4 2s), de conocimiento sobrenatural (1 Corintios 2, 10-16; 7,40; 12,8s; 14,2 s; Efesios 1,17; 3, 16.18; Colosenses 1,9; ver Juan 14, 26+), de amor (Romanos 5,5; 15,30; Colosenses 1,8), de santificación (Romanos 15,16; 1 Corintios 6,11; 2 Tesalonicenses 2,13; ver 1 Pedro 1,2), de conducta moral (Romanos 8, 4-9.13; Gálatas 5, 16-25), de intrepidez apostólica (Filipenses 1,19; 2 Timoteo 1,7s; ver Hechos 1,8+), de esperanza (Romanos 15,13; Gálatas 5r,5; Efesios 4,4), y de oración (Romanos 8, 26s; ver Santiago 4, 3-5; Judas 20). No hay que extinguirlo (1 Tesalonicenses 5,19), ni contristarlo (Efesios 4,30). Uniéndonos con Cristo (1 Corintios 6,17), realiza la unidad de su cuerpo (1 Corintios 12,13; Efesios 2,16.18; 4,4). www.parroquiasantamonica.com 4 Cf. Biblia de Jerusalén , comentario a Romanos 5,5
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