martes, 18 de julio de 2017
Domingo de Ramos 2015, Año B. El Reino de Dios. ¿Entendemos lo que es el Reino de Dios? ¿Qué tipo de rey es Jesús? Ganar y perder la vida. El que se ama a sí mismo se pierde, éste es precisamente quien pierde la vida. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. El amor significa mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte.
1 Domingo de Ramos 2015, Año B. El Reino de Dios. ¿Entendemos lo que es el Reino de Dios? ¿Qué tipo de rey es Jesús? Ganar y perder la vida. El que se ama a sí mismo se pierde, éste es precisamente quien pierde la vida. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. El amor significa mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte. Marcos 11, 1-10: 1 Al acercarse a Jerusalén, a Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos 2 y les dice: Id a la aldea que tenéis enfrente, y nada más entrar en ella encontraréis un borriquillo atado, sobre el que todavía no ha montado ningún hombre; desatadlo y traedlo. 3 Y si alguien os dice: ¿Por qué hacéis eso?, responded que el Señor tiene necesidad de él, y que en seguida lo devolverá aquí. 4 Se marcharon y encontraron un borriquillo atado junto a una puerta, fuera, en un cruce de caminos, y lo desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les decían: ¿Qué hacéis desatando el borriquillo 6 Ellos les respondieron como Jesús les había dicho, y les dejaron. 7 Entonces llevaron el borriquillo a Jesús, echaron encima sus mantos, y se montó sobre él. 8 Muchos extendieron sus mantos en el camino, otros las ramas que cortaban en el campo. 9 Y tanto los que iban delante, como los que seguían detrás, gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el Reino que viene, el de David nuestro padre! ¡Hosanna en las alturas! Cfr. Domingo de Ramos 2015, Año B. 29 de marzo de 2015 EL REINO DE DIOS QUE VIENE ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de David nuestro padre! ¡Hosanna en el cielo! (Marcos 11, 9-10) 1. ¿Hemos entendido lo que es este Reino anunciado en el Evangelio? Cfr. Benedicto XVI, Homilía, Domingo de Ramos, 5 de abril de 2009. Jornada Mundial de la Juventud. a) El entusiasmo de la muchedumbre que acompañaba a Jesús en su entrada en Jerusalén. o No sabemos cómo se imaginaban exactamente los peregrinos entusiastas el reino de David que llega. Pero nosotros, ¿hemos entendido realmente el mensaje de Jesús, Hijo de David? (…) “Cuando a las puertas de Jerusalén Jesús montó en un borrico, que simbolizaba el reinado de David, entre los peregrinos explotó espontáneamente la alegre certeza: Es él, el Hijo de David. Y saludan a Jesús con la aclamación mesiánica: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»; y añaden: «¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!», (Mc 11,9s). No sabemos cómo se imaginaban exactamente los peregrinos entusiastas el reino de David que llega. Pero nosotros, ¿hemos entendido realmente el mensaje de Jesús, Hijo de David? ¿Hemos entendido lo que es el Reino del que habló al ser interrogado por Pilato? ¿Comprendemos lo que quiere decir que su Reino no es de este mundo? ¿O acaso quisiéramos más bien que fuera de este mundo?” (…) 2 b) Una de las características de ese Reino: pasa por la cruz. Una ley fundamental de la existencia humana. o La respuesta de Jesús a los griegos que querían ver a Jesús (Juan 12, 20-25). “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere …”: una imagen del Reino. (…) Este Reino pasa por la cruz. Puesto que Jesús se entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos el fruto del grano de trigo que muere, la multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en todos los tiempos. o Una ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Juan 12,25). Quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. - Pero, a continuación, Él formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Juan 12,25). Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor. En efecto, el amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no querer poseerse a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo —¡qué será de mí!— sino mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. El amor, que define el camino del hombre, es idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. El sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. - Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. Queridos amigos, tal vez sea relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. Pero, en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección. Y por ello, una vez más, no basta una única gran decisión. Indudablemente, es importante, esencial, lanzarse a la gran decisión fundamental, al gran «sí» que el Señor nos pide en un determinado momento de nuestra vida. Pero el gran «sí» del momento decisivo en nuestra vida —el «sí» a la verdad que el Señor nos pone delante— ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días en las que, una y otra vez, hemos de abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, aun cuando en el fondo quisiéramos más bien aferrarnos a nuestro yo. También el sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, tengo que decir que precisamente los momentos en que he dicho «sí» a una renuncia han sido los momentos grandes e importantes de mi vida. (…) o Hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el «sí» a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida. Cuanto más renunciemos a algo por amor de la gran verdad y el gran amor — por amor de la verdad y el amor de Dios —, tanto más grande y rica se hace la vida. - Queridos amigos. Al término de esta liturgia, los jóvenes de Australia entregarán la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud a sus coetáneos de España. La Cruz está en camino de una a otra parte del mundo, de mar a mar. Y nosotros la acompañamos. Avancemos con ella por su camino y así encontraremos nuestro camino. Cuando tocamos la Cruz, más aún, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo: el misterio de que Dios ha tanto amado al mundo, a nosotros, que entregó a su Hijo único por nosotros (cf. Jn 3,16). Toquemos el misterio maravilloso del amor de Dios, la única verdad 3 realmente redentora. Pero hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el «sí» a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida. Cuanto más renunciemos a algo por amor de la gran verdad y el gran amor - por amor de la verdad y el amor de Dios -, tanto más grande y rica se hace la vida. Quien quiere guardar su vida para sí mismo, la pierde. Quien da su vida - cotidianamente, en los pequeños gestos que forman parte de la gran decisión -, la encuentra. Esta es la verdad exigente, pero también profundamente bella y liberadora, en la que queremos entrar paso a paso durante el camino de la Cruz por los continentes. Que el Señor bendiga este camino. Amén. 2. ¿Qué tipo de rey es Jesús? Francisco, Homilía el Domingo Ramos de 2013. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. o ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. El amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. • ¿Qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el sentido de ver en Jesús algo más; tiene ese sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que decía Benedicto XVI a los Cardenales: Vosotros sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ese es trono de Jesús. Jesús toma sobre sí... ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que nadie puede llevárselo consigo, lo debe dejar. Mi abuela nos decía a los niños: El sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación. Y también – cada uno lo sabe y lo conoce – nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte. 3. Permanecer en Cristo dando frutos de buenas obras. Acrecienta, Señor, nuestra fe, “para que quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso, permanezcamos en él dando frutos de buenas obras”. (Oración en la Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén) Buenas obras: servir en este mundo a la justicia y a la paz Catecismo de la Iglesia Católica - n. 2820 : (…) La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (Cf Gaudium et spes, 22; 32; 39; 45; Evangelii nuntiandi, n 31). 4 - n. 1049 : (…) Aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios» (Gaudium et spes, 39,2). - n. 1916: La participación de todos en la promoción del bien común implica, como todo deber ético, una conversión, renovada sin cesar, de los miembros de la sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los cuales algunos escapan a la obligación de la ley y a las prescripciones del deber social deben ser firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia. Es preciso ocuparse del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones de la vida humana. El espíritu de servicio o El servicio es alegría Cfr. Rabindranath Tagore "Dormía, y soñaba que la vida era alegría. Desperté, y vi que la vida era servicio. Serví, y vi que el servicio era alegría." o Los cristianos somos invitados a servir a los hermanos – viviendo desde la humildad de Cristo -, como parte esencial de nuestro ser, para hacer presente el amor de Dios a todos los hombres. Cfr. Benedicto XVI, Santiago de Compostela y a Barcelona. 6 noviembre 2010. Es el mensaje de Jesús también para los «jefes de los pueblos», porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y para los jóvenes, para que renuncien a un modo de pensar egoísta. Junto a estas palabras del Apóstol de los gentiles, están las propias palabras del Evangelio que acabamos de escuchar, y que invitan a vivir desde la humildad de Cristo que, siguiendo en todo la voluntad del Padre, ha venido para servir, «para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20,28). Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de Él, incluso con los gestos más sencillos. Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los «jefes de los pueblos», porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral. Y quisiera que este mensaje llegara sobre todo a los jóvenes: precisamente a vosotros, este contenido esencial del Evangelio os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, como tantas veces os proponen, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza. o La dignidad de la realeza se expresa en la disponibilidad para servir, dominándose a uno mismo. A la vez el «servir» exige tal madurez espiritual que es necesario definirlo como el «reinar». • Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, n. 89: “En medio de tanta riqueza, parece que emerge un elemento: la participación en la misión real de Cristo, o sea, el hecho de re-descubrir en sí y en los demás la particular dignidad de nuestra vocación, que puede definirse como «realeza». Esta dignidad se expresa en la disponibilidad a servir, según el ejemplo de Cristo, que «no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mt 20, 28). Si, por consiguiente, a la luz de esta actitud de Cristo se puede verdaderamente «reinar» sólo «sirviendo», a la vez el «servir» exige tal madurez espiritual que es necesario definirlo como el «reinar». Para poder servir digna y eficazmente a los otros, hay que saber dominarse, es necesario poseer las virtudes que hacen posible el dominio. Nuestra participación en la misión real de Cristo – concretamente en su «función real» (munus) - está íntimamente unida a todo el campo de la moral cristiana y a la vez humana”. 5 o Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, también los cristianos seremos servidores de todos los hombres. • San Josemaría, Es Cristo que pasa, 182: “Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey y, por El, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos supiésemos servir! Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen”. 4. Cómo también nosotros salimos al encuentro de Cristo en su camino hacia Jerusalén. De los sermones de san Andrés de Creta (660-740), Arzobispo de Gortina, Padre de la Iglesia. Sermón 9 sobre el Domingo de Ramos. o Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor Salgamos al encuentro de Cristo, que va hoy de Betania hacia Jerusalén Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres. (…) Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará — dice—, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna (Cfr. Mateo 12, 19). Corramos no para extender por el suelo a su paso ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para que pueda llevarnos a la familiaridad con él. Nos prosternamos a los pies de Cristo, para revestirnos de su gracia. Corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros. Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él. Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado a las primicias de nuestra condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente (cfr. Salmo 67,34), es decir, se me parece, hacia su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de la tierra hasta lo más alto los cielos. Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os ha revestido de Cristo (Cfr. Gálatas 3,27). Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas. Y sí antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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