martes, 18 de julio de 2017
Domingo de Ramos. La entrada triunfal en Jerusalén. ¿Quiénes fueron los que reconocieron a Jesús como Mesías que venía en el nombre del Señor? El escándalo de los judíos y la insensatez de los paganos. El endurecimiento del corazón.
1 Domingo de Ramos. La entrada triunfal en Jerusalén. ¿Quiénes fueron los que reconocieron a Jesús como Mesías que venía en el nombre del Señor? El escándalo de los judíos y la insensatez de los paganos. El endurecimiento del corazón. Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad, 2ª ed. 2005, Quinta Parte, Los últimos días, pp. 377-383 Procesión, Evangelio: Mateo 21, 1-11 Mateo 21, 1-17: 1 Cuando se aproximaron a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, 2 . diciéndoles: « Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y enseguida encontraréis un asna atada y un pollino con ella; desatadlos y traédmelos. 3 . Y si alguien os dice algo, diréis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá. » 4 . Esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del profeta: 5 . Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo. 6 . Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: 7 . trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. 8 . La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. 9 . Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: « ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! » 10 Y al entrar él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. « ¿Quién es éste? » decían. 11 Y la gente decía: « Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea. 12 Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. 13 Y les dijo: « Está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos! » 14 También en el Templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó. 15 Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban en el Templo: « ¡Hosanna al Hijo de David! », se indignaron 16 y le dijeron: « ¿Oyes lo que dicen éstos? » « Sí - les dice Jesús -. ¿No habéis leído nunca que de la boca de los niños y de los que aún maman te preparaste alabanza? 17 Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, donde pasó la noche. pp. 377-380 o El encuentro festivo de los habitantes de Jerusalén con los peregrinos. Este acontecimiento marca el inicio de los últimos seis días de vida del Señor. Para una correcta comprensión del episodio, los estudiosos de la historia del Antiguo Testamento afirman que los habitantes de Jerusalén tenían por costumbre salir al encuentro de los peregrinos, especialmente de los que acudían al templo para ofrecer allí los primeros frutos de sus cosechas, y entrar con ellos en la ciudad en procesión festiva. Por eso, nada tiene de extraordinario el hecho de que los que se encontraban junto a la puerta de la ciudad salieran a recibir al rabino que se acercaba con su grupo de discípulos y que lo acompañaran hasta el templo. A eso habrá que añadir que la gente ya conocía el último portento realizado por aquel rabino que había resucitado a Lázaro, pues en el evangelio según Juan se cuenta que muchos judíos de Jerusalén se acercaron hasta Betania para ver a aquel hombre que había vuelto a la vida. De camino hacia Jerusalén, Jesús pasa por Betfagé, una aldea situada junto al monte de los Olivos. Y desde allí envía a dos de sus discípulos con un encargo muy peculiar: deberán ir a la plaza de la aldea, desatar una borrica que encontrarán allí con su pollino y traérselos a él. Los discípulos se van y todo sucede según las instrucciones que les ha dado Jesús. Y cuando alguien protesta, ellos no tienen más que replicar: «El Señor los necesita»; e inmediatamente se accede a su demanda. o De todas partes surgen gritos de victoria e himnos de alabanza hacia «quien viene en nombre del Señor». Y Jesús curó a muchos. Ya de vuelta, enjaezan la borrica con sus propios mantos a modo de silla de montar. Y Jesús monta en la cabalgadura y se dirige a Jerusalén en medio de un verdadero alboroto de la gente. De todas partes empiezan a surgir gritos de victoria e himnos de alabanza en honor del «que viene en nombre del Señor», del «Hijo de David» como adelantado del reino, del rey de la gloria futura. Pero Jesús sigue su marcha, llega a las puertas de la ciudad, se dirige al templo y entra en el santuario. Los evangelios sinópticos sitúan aquí el relato de la purificación del templo, mientras que, según Juan, el episodio se habría producido con ocasión de la primera visita de Jesús a Jerusalén (cf. Jn 2,l4ss.). Pero quizá pueda tratarse aquí de una segunda purificación, pues al no haberse modificado las circunstancias del templo, la intervención de Jesús podría haberse repetido varias veces. De todos modos, por el recinto del templo merodeaban muchos inválidos —el texto habla de «ciegos y cojos»— y Jesús los curó a todos. Mientras tanto, los discípulos, la gente del pueblo y la chiquillería que habían invadido los atrios no cesaban 2 de vitorear al «Hijo de David». Y cuando las autoridades se acercaron al Maestro para preguntarle si era consciente de lo que gritaba el gentío, si le parecía bien y si estaba de acuerdo con aquella monstruosidad de aclamarle como «Mesías», Jesús respondió que precisamente por la boca de los niños, de los ingenuos, de los que no significan nada para el mundo, es por donde habla la verdad. o Algunos fariseos piden a Jesús que reprenda a sus discípulos. Pero el momento está lleno del poder del Espíritu. Toda su actividad va a ser auténtica revelación, por cuanto en él se cumplen las palabras proféticas sobre la futura llegada del Mesías. En su narración de este episodio, Lucas añade el requerimiento que algunos de entre los fariseos plantean a Jesús: «Maestro, reprende a tus discípulos». A lo que Jesús responde: «Os aseguro que si éstos se callan, gritarán las piedras» (cf. Lc 19,40). Es decir, hasta las frías piedras se conmoverían ante tal maravilla y gritarían su propio testimonio. El momento está lleno del poder del Espíritu... Lo que sucede en estos últimos días es como si Jesús sacara de su propia interioridad las fuerzas más poderosas y las proyectara al exterior. Hacía poco que había resucitado a Lázaro de entre los muertos. Su poder había acompañado a los discípulos, hasta el punto de que su referencia al encargo de «el Señor» había bastado para que gente extraña les dejara llevarse los animales sin objeción alguna. Ahora, Jesús se acerca a Jerusalén; y toda su actividad va a ser auténtica revelación, por cuanto en él se cumplen las palabras proféticas sobre la futura llegada del Mesías. Hasta este momento, Jesús ha rechazado sistemáticamente el título de Mesías y el de Rey. Pero ahora él mismo se presenta como tal. Su propia actividad es el mejor testimonio para todo el que tenga ojos. El pueblo es presa de una enorme excitación. La marcha de Jesús por la ciudad, camino del templo, entre los incesantes vítores del pueblo y el griterío atronador de los niños, es irresistible. Finalmente, Jesús llega al recinto sagrado. Y enseguida entra en acción: expulsa sin contemplaciones a vendedores y compradores, a traficantes y cambistas, y a todos los que profanaban la santidad del templo; pero a los enfermos —«ciegos y cojos»— que yacen en los atrios se les acerca y los cura, mientras sus adversarios, que le preguntan quién le ha dado autoridad para actuar así, se quedan sin palabra ante la indignación que centellea en su respuesta. La actuación de Jesús es un verdadero acontecimiento profético. Hace tiempo que la profecía no resuena en Israel. Han pasado siglos desde que Malaquías pronunciara sus últimos oráculos. Desde entonces, la voz de los profetas enmudeció, hasta que recientemente ha vuelto a resonar en la voz de Juan, «que clama en el desierto» (cf. Mt 3,1-3). Pero también esa voz se ha extinguido por una muerte asesina. Ya es hora de que resurja, por fin, el espíritu de profecía. Pero esta vez, su auténtico portavoz será el pueblo, un pueblo «poseído por el Espíritu», un pueblo que profetiza, es decir, que contempla, interpreta y actúa. (…) pp. 381-383 o La aceptación de Jesús como Mesías que viene en nombre del Señor no es fruto de una mera capacidad del hombre, sino un fruto del Espíritu Santo. Lo que domina es la soberana potencia del Espíritu creador. Si el hombre decide sustraerse a este dominio, las «piedras» mismas vocearán su propio testimonio. Y los que alcanzan ese conocimiento no son los inteligentes, los superdotados, los genios, sino «el pueblo de la tierra», el hombre de la calle, el simple ser humano. Porque ese poder de penetración no es una mera capacidad del hombre, sino el Espíritu providente de Dios. En realidad, los que mejor pueden recibir ese Espíritu son precisamente los «niños de pecho», porque carecen de toda posibilidad de confundir ese Espíritu con los méritos del espíritu humano. Esos son los «pequeños», de los que habla Jesús; son los «niños, a los que pertenece el Reino de los cielos» (Mt 11,25; Mc 10,14). Lo que domina es la soberana potencia del Espíritu creador. Si el hombre decide sustraerse a este dominio, las «piedras» mismas vocearán su propio testimonio. o Para los judíos es «escándalo», y para los paganos, insensatez. Esta es la última hora, el último instante que Dios todavía ofrece. Pues bien, sus destinatarios, ¿serán capaces de encontrar la fuerza para actuar movidos por el Espíritu? ¿Podrán abrir de par en par al Reino de Dios esa puerta que parece desesperadamente cerrada? Si contemplamos la figura del Señor que se pasea por nuestras calles, si nos fijamos en sus acompañantes, si penetramos el sentido de los acontecimientos, entonces comprenderemos lo que quiere decir aquella palabra del Apóstol: «Para los judíos, escándalo; para los paganos, insensatez» (1 Cor 1,23). 3 Escándalo … Jesús podía hacer lo que quisiera: curar, ayudar, perdonar, colmar de favores a los débiles y enfermos, pero siempre se topaba con endurecimiento de corazón, calumnia de sus intenciones, blasfemia contra el Espíritu. Para los judíos, «escándalo»... Siempre ha sido así; la historia ha estado dominada por el escándalo. Surgió un día en Nazaret (véase el capítulo 8 de la primera parte de este libro). Y se ha ido multiplicando. Jesús podía decir lo que quisiera, pronunciar palabras repletas de fuerza y sabiduría divinas, pero invariablemente recibía una respuesta de áspera obstinación, de profunda desconfianza, aun de odio enconado. Jesús podía hacer lo que quisiera: curar, ayudar, perdonar, colmar de favores a los débiles y enfermos, pero siempre se topaba con endurecimiento de corazón, calumnia de sus intenciones, blasfemia contra el Espíritu. También ahora se presenta el escándalo. Cuando el templo se ve sacudido por oleadas de conmoción interna que barren la indiferencia, la enfermedad y la miseria humana, y que harían pensar que todos han de someterse a su poder y que la unidad que lleve el Reino de Dios a su cumplimiento debe estrechar sus vínculos, entonces se presentan los fariseos, y exigen una legitimación de ese modo de proceder. Profundamente indignados preguntan a Jesús si no oye las palabras blasfemas que profieren sus discípulos y si no va a acallar el absurdo griterío de los niños. Pero como son tan incapaces de percibir lo que reina en el ambiente, Jesús, después de su referencia a las piedras, que se pondrían a gritar si los hombres callaran, los deja plantados y se va de la ciudad. Insensatez … La diferencia entre la entrada de Jesús y la de los héroes romanos victoriosos en la batalla. Cuando Dios viene al encuentro del hombre todo parece una locura. ¡Es difícil reconocer la manifestación de Dios! ¿Y la «insensatez», a los ojos de los paganos? Un estudioso advierte contra una posible tentación de comparar la llegada del Señor a Jerusalén con aquellas entradas triunfales que, como dice la historia, marcaban el «triunfo» de los grandes generales romanos. El héroe era un vencedor. Se había conseguido una victoria. Se ofrecía todo un despliegue de poder y de magnificencia. Las aclamaciones de la masa rodeaban al héroe, con la sensación de una presencia divina... En ese momento —apunta el exegeta— podríamos imaginar qué habría sentido aquel general romano colmado de los máximos honores y de la suprema autoridad si, mientras avanzaba sobre su espléndida cabalgadura, con su coraza resplandeciente y seguido de todo su ejército, que había extendido la dominación romana hasta los confines del mundo, hubiera visto a ese personaje de vestimenta raída, montado en un mísero pollino, con un vulgar manto por silla y aclamado por una masa de gente. Sólo pensarlo, da pena. ¡Pero así fue, en realidad! Ese es el panorama, cuando Dios viene al encuentro del hombre. Todo parece una locura, una sinrazón tan escandalosa que los que se consideran a sí mismos como justos y fieles a la ley empiezan a pensar en un proceso condenatorio. En realidad, ni una sola vez se presenta el auténtico rostro de la pobreza. Y podría resultar de una fascinación sorprendente, pues no sólo existe el esplendor de la majestad y de la magnificencia, sino también el de una pobreza conmovedora y sublime, que actúa por la fuerza de su significado siempre enigmático. Pero los que se apiñan en torno a Jesús no son representantes de la verdadera pobreza. No lo son sus discípulos, como tampoco lo es el pueblo. Son gente normal, como la que vive en los talleres o en las tiendas, o pasea por las calles; gente como cualquiera de nosotros, seres humanos del montón, que no vive ni la plena exaltación de la gloria ni la ruina absoluta de la miseria. ¡Qué difícil es reconocer la manifestación de Dios! ¡Cuánto cuesta huir del escándalo de lo puramente rastrero y del escándalo de los que se tienen por justos! www.parroquiasantamonica.com
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