martes, 18 de julio de 2017
Jueves Santo 2014. Celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor”. La celebración de la pascua judía (primera Lectura). La pascua de Cristo y nuestra pascua. El lavatorio de pies: para nosotros es ponernos al servicio de los demás, ayudarnos unos a otros. La resistencia de Pedro hasta que escucha al Señor y comprende. Actualmente, Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo. Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. Y, en los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura.
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Jueves Santo 2014. Celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor”. La celebración de la
pascua judía (primera Lectura). La pascua de Cristo y nuestra pascua. El lavatorio de pies: para
nosotros es ponernos al servicio de los demás, ayudarnos unos a otros. La resistencia de Pedro hasta que
escucha al Señor y comprende. Actualmente, Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor,
mediante el don de sí mismo. Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un
auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. Y, en los santos sacramentos, el Señor
se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a
dejarnos lavar continuamente por esta agua pura.
Cfr. Jueves Santo de 2014
Éxodo 12, 1-8.11-14; 1 Corintios 11, 23-26; Juan 13,1-15
17 de abril
Primera lectura: Exodo 12, 1-8.11-14: Dijo Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: 2 «Este mes será para
vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. Hablad a toda la comunidad de Israel y decid:
El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor
por casa. 4 Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su
casa, según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer. 5 El animal será sin defecto, macho, de
un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. 6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la
asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. 7 Luego tomarán la sangre y untarán las dos
jambas y el dintel de las casas donde lo coman. 8 En aquella misma noche comerán la carne. La comerán asada al
fuego, con ázimos y con hierbas amargas. 11 Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies,
y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es la Pascua del Señor. 12 Yo pasaré esta noche por la tierra de
Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré
justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahveh. 13 La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis.
Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando
yo hiera el país de Egipto. 14 Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de
Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre».
Evangelio: Juan 13, 1-15: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 2 Durante la
cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3
sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la
mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies
de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. 6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú
lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» 8
Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice
Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no
necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar, y
por eso dijo: «No estáis limpios todos.» 12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien,
porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los
pies unos a otros. 15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con
vosotros.
Circular de la Congregación para el Culto Divino sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales (16 de
enero de 1988):
n. 44. «Con la Misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa, la Iglesia comienza el
Triduo pascual y evoca aquella última cena, en la cual el Señor Jesús en la noche en que iba a ser entregado, habiendo
amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las
especies del pan y del vino y los entregó a los apóstoles para que los sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores
en el sacerdocio también los ofreciesen».
n. 45. Toda la atención del espíritu debe centrarse en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la
institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal, y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna:
son éstos los puntos que conviene recordar en la homilía.
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1. Jesús celebra con sus discípulos la pascua judía.
A) la fiesta de la Pascua judía: se describe en la primera lectura 1
.
• Jesús, como sabemos, quiso celebrar la fiesta de la pascua judía con sus discípulos. ¿Qué fiesta era ésta
de la Pascua judía? La historia es muy sencilla.
- Probablemente la Pascua era en su origen una fiesta de pastores que en primavera, cuando nacen
los corderos y se inicia el viaje hacia los pastos de verano, ofrecían un sacrificio de una res recién nacida, y
con su sangre realizaban un rito especial para impetrar la preservación y la fecundidad de los rebaños.
También comían juntos el animal como señal de solidaridad.
- Pero ese año del que habla la primera lectura, hacia el 1250 a.C., el rito tuvo un significado nuevo.
Los israelitas vivían en Egipto, donde eran esclavos del Faraón, y vivían en condiciones muy duras (Cf.
Exodo 1, 8-22). Dios habló entonces con un israelita, Moisés, y le encargó que hablase con el faraón para
pedirle que dejase marchar al pueblo de Israel fuera de Egipto, liberándolo así de la esclavitud (Cf Exodo
3,7-4,31). Sabéis por la historia que Moisés habló con el Faraón, pero éste no hizo caso, y Dios castigó al
Faraón y al pueblo egipcio con la famosas plagas (Cf Exodo 7, 8-11,10).
- La décima y última fue muy dura: como castigo por no dejar salir al pueblo de Israel de la tierra de
Egipto, el Señor - como acabamos de leer – “pasó por la tierra de Egipto de noche, hiriendo a muerte a
todos los primogénitos del pueblo egipcio”. El Señor les había ordenado que antes de esa noche llevasen el
cordero al Templo de Jerusalén para ser allí matado, y después lo comiesen en sus casas antes del paso del
Señor. Pero además, con la sangre del cordero debían hacer una señal en las dos jambas y en el dintel de la
casa, con el fin de que cuando esa noche pasase el Señor Él viendo esa señal no haría daño alguno a los
habitantes de esa casa. Por tanto, el Señor pasó esa noche por la tierra de Egipto hiriendo a todos los
primogénitos en sus casas, excepto en aquellas casas que tenían la señal con la sangre: en estos casos pasó de
largo sin hacer mal a la familia que estaba en es casa.
- Y el Señor les dijo que ese hecho debía ser memorable para los israelitas, y lo deberían celebrar
todos los años a partir de entonces, en honor de Yahvé que les había preservado de la muerte y de la
esclavitud. Efectivamente, como consecuencia de esa plaga el Faraón dejó partir al pueblo israelita, y éste
recuperó su libertad. Partió hacia la tierra prometida a las órdenes de Moisés. A partir de entonces los
israelitas celebrarían ese paso del Señor, es decir la pascua del Señor (Cf. Exodo 12,14). (Cf. CCE 1340;
611, 1363 y 1364).
B) La pascua de Cristo. Celebró un rito e hizo un paso: de este mundo al Padre
a través de su muerte y resurrección (Juan 13, 1).
• Jesús había querido celebrar esa fiesta, la pascua judía, con sus discípulos. Y después de esa celebración
Instituyó la Eucaristía. Así lo recordaba San Pablo a los cristianos de Corinto, en el texto que hemos leído
hoy:
2ª lectura: 1 Corintios 11, 23-26: Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en
que fue entregado, tomó pan, 24 y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros;
haced esto en recuerdo mío.» 25 Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza
en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» 26 Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta
copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.
• Y así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1340: “Al celebrar la última Cena con sus
apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el
paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y
celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la
gloria del Reino”.
• En vez de la inmolación de un cordero, Él ofrece su vida derramando su sangre para librarnos a nosotros
no de la esclavitud de los egipcios sino de la esclavitud del pecado; Él pasa - pascua - de la muerte a la
vida ..... con su muerte y resurrección. Y los cristianos celebramos a partir de entonces, en la Eucaristía, ese
1
Cf. Sagrada Biblia, El Pentateuco, Eunsa Agosto 2000, Nota a Éxodo 12, 1-14
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paso que es nuestra liberación. Cuando instituyó la Eucaristía, Jesús dijo unas palabras que se repiten todas
las veces que se celebra la Misa:
Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros, ésta es mi sangre que será
derramada por vosotros ..... Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz
anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas ..... Haced esto en memoria mía.
Jesús, como los israelitas, no sólo hizo un rito, sino que cumplió un paso.
Nuestra Pascua: también debemos hacer nuestro paso
• ¿Qué se requiere para celebrar nosotros la Pascua? Celebramos un rito y, además, hacemos
nuestro paso: en la vida cristiana, no de un sitio a otro, sino – como dice San Pablo – del hombre
viejo al hombre nuevo (1 Co 5,8); de un modo de vivir a otro, de un modo pagano a un modo
cristiano.
• Es la conversión. Que lleva consigo fatiga, sacrificio, pero, sobre todo es un paso hacia la
libertad, hacia la alegría. De la esclavitud de las comodidades, prejuicios, etc. pero sobre todo de los
pecados, porque “quien comete el pecado es esclavo del pecado” (Juan 8,34). Se trata de abrirnos al
Señor, dejarnos iluminar por su luz (cirio de la Vigilia), de pasar de las tinieblas a la luz.
2. Otros aspectos de la celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor” del
Jueves Santo.
A. El lavatorio de los pies de los discípulos por parte del Señor
o Lavar los pies es: “yo estoy a tu servicio”.
Francisco, Homilía en el Instituto Penal de Menores Casal del Marmo, Misa de la Cena del Señor. 28
de marzo de 2013
Significa que tenemos que ayudarnos unos a otros.
Jesús vino precisamente para esto: para servir, para
ayudarnos.
"Esto es conmovedor. Jesús que lava los pies a sus discípulos. Pedro no entendía nada, se negaba.
Pero Jesús se lo explicó ¡Jesús -Dios- ha hecho esto! Y él mismo explica a sus discípulos: "¿Comprendéis lo
que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si
yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a
los otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros". Es el
ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies, para que entre nosotros el que es el más alto tiene
que estar al servicio de los demás. Y esto es un símbolo, una señal, ¿no?
Lavar los pies es: "yo estoy a su servicio." Y también nosotros, entre nosotros, no es que tenemos
que lavar los pies todos los días uno al otro, pero ¿qué significa esto? Que tenemos que ayudarnos, unos a
otros. A veces me enfado con uno, con otra ... pero ... olvídalo, olvídalo, y si te pide un favor, hazlo.
Ayudarse unos a otros: Jesús nos enseña esto y esto es lo que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi
deber. Como cura y como obispo tengo que estar a vuestro servicio. Pero es un deber que nace de mi
corazón: lo amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñado. Pero, también vosotros,
ayudaos: ayudaos siempre. El uno al otro. Y así, ayudándonos, nos haremos bien. Ahora haremos esta
ceremonia de lavarnos los pies y pensamos, cada uno de nosotros piense, "¿yo realmente estoy dispuesta,
estoy dispuesto a servir, a ayudar al otro?" Pensemos esto, solamente. Y pensemos que este signo es una
caricia de Jesús, que hace Jesús, porque Jesús vino precisamente para esto: para servir, para ayudarnos."
o Pedro en el lavatorio de los pies: debía aprender que la grandeza de Dios
consiste en la humildad del servicio, en el despojamiento de sí mismo.
Benedicto XVI, Misa «In Cena Domini», Jueves Santo 20 de marzo de 2008
En el pasaje evangélico del lavatorio de los pies, la conversación de Jesús con Pedro presenta otro
aspecto de la práctica de la vida cristiana, en el que quiero centrar, por último, la atención. En un primer
momento, Pedro no quería dejarse lavar los pies por el Señor. Esta inversión del orden, es decir, que el
maestro, Jesús, lavara los pies, que el amo realizara la tarea del esclavo, contrastaba totalmente con su temor
reverencial hacia Jesús, con su concepto de relación entre maestro y discípulo. «No me lavarás los pies
jamás» (Jn 13, 8), dice a Jesús con su acostumbrada vehemencia. Su concepto de Mesías implicaba una
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imagen de majestad, de grandeza divina. Debía aprender continuamente que la grandeza de Dios es diversa
de nuestra idea de grandeza; que consiste precisamente en abajarse, en la humildad del servicio, en la
radicalidad del amor hasta el despojamiento total de sí mismo. Y también nosotros debemos aprenderlo sin
cesar, porque sistemáticamente deseamos un Dios de éxito y no de pasión; porque no somos capaces de caer
en la cuenta de que el Pastor viene como Cordero que se entrega y nos lleva así a los pastos verdaderos.
o Pedro al principio se resiste a que Jesús le lave los pies. Luego comprende y
acepta.
Juan Pablo II, Homilía, Misa “en la Cena del Señor”, 17 de abril de 2003
También a nosotros se nos invita a comprender: lo primero que el
discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el
corazón para acoger la iniciativa de su amor.
• Mientras están cenando, Jesús se levanta de la mesa y comienza a lavar los pies a los discípulos. Pedro,
al principio, se resiste; luego, comprende y acepta. También a nosotros se nos invita a comprender: lo
primero que el discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el corazón para acoger la
iniciativa de su amor. Sólo después será invitado a reproducir a su vez lo que ha hecho el Maestro. También
él deberá "lavar los pies" a sus hermanos, traduciendo en gestos de servicio mutuo ese amor, que constituye
la síntesis de todo el Evangelio (cf. Juan 13, 1-20). (…)
El lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo
misterio de amor confiado a los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros
también lo hagáis" (Juan 13, 15).
o Jesús les lavó los pies. Con un gesto que normalmente correspondía a los
esclavos.
Juan Pablo II, Homilía en la Cena del Señor, 8 de abril de 2004
Los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro
prestándose recíprocamente el servicio de la caridad: "lavarse los pies
unos a otros".
• Antes de celebrar la última Pascua con sus discípulos, Jesús les lavó los pies. Con un gesto que
normalmente correspondía a los esclavos, quiso grabar en la mente de los Apóstoles el sentido de lo que
sucedería poco después.
En efecto, la pasión y la muerte constituyen el servicio de amor fundamental con el que el Hijo de
Dios libró a la humanidad del pecado. Al mismo tiempo, la pasión y la muerte de Cristo revelan el sentido
profundo del nuevo mandamiento que dio a los Apóstoles: "Amaos los unos a los otros como yo os he
amado" (Jn 13, 34).
"Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24. 25), dijo dos veces, distribuyendo el pan
convertido en su Cuerpo y el vino convertido en su Sangre. "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho
con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15), había recomendado poco antes, tras haber lavado los
pies a los Apóstoles. Así pues, los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro prestándose
recíprocamente el servicio de la caridad: "lavarse los pies unos a otros". En particular, saben que deben
recordar a Jesús repitiendo el "memorial" de la Cena con el pan y el vino consagrados por el ministro, el cual
repite sobre ellos las palabras pronunciadas en aquella ocasión por Cristo.
o Actualmente, Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el
don de sí mismo.
Benedicto XVI, Homilía en la Misa «In Cena Domini», Jueves Santo, 20 de marzo de 2008
Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un
auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El
evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar
continuamente por esta agua pura.
Y en los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre
ante nuestros pies y nos purifica.
En el lavatorio de los pies este proceso esencial de la hora de Jesús está representado en una especie
de acto profético simbólico. En él Jesús pone de relieve con un gesto concreto precisamente lo que el gran
himno cristológico de la carta a los Filipenses describe como el contenido del misterio de Cristo. Jesús se
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despoja de las vestiduras de su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies
sucios de los discípulos y así los capacita para acceder al banquete divino al que los invita.
En lugar de las purificaciones cultuales y externas, que purifican al hombre ritualmente, pero
dejándolo tal como está, se realiza un baño nuevo: Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor,
mediante el don de sí mismo. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a
los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de
Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza
purificadora. Día tras día nos cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de
sabiduría reducida y alterada; una múltiple semi-falsedad o falsedad abierta se infiltra continuamente en
nuestro interior. Todo ello ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad
y para el bien.
Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una
purificación del alma, del hombre interior. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar
continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en el banquete con Dios y con los
hermanos. Pero, después del golpe de la lanza del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino
también sangre (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6. 8).
Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Se entrega a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada
de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple
hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). En los santos sacramentos, el Señor se
arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor
verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más.
o Jesús es nuestro modelo. Con su anonadamiento nos ha dado un ejemplo
que imitar.
Catecismo de la Iglesia Católica
El Bautizado está llamado a servir a los demás.
• n. 520: Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Romanos 15,5 Filipenses 2,5):
él es el "hombre perfecto" (Gaudium et spes, 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su
anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Juan 13,15); con su oración atrae a la oración
(cf. Lucas 11,1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mateo 5,11-
12).
• n. 1269: Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1Corintios 6,19),
sino al que murió y resucitó por nosotros (cf 2 Corintios 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los
demás (Efesios 5,21 1 Corintios 16,15-16), a servirles (cf Juan 13,12-15) en la comunión de la Iglesia. (…)
o No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar
al prójimo.
Juan Pablo II, Homilía, Misa “en la Cena del Señor”, 28 de marzo de 2002
Nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de
nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta y
transparente de Aquel que "se despojó de su rango, y tomó la condición
de esclavo" (Filipenses 2, 7).
• "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, que nos compromete a repetir
su gesto, Jesús concluye la institución del Sacramento del altar. También al terminar el lavatorio de los pies,
nos invita a imitarlo: "Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis
vosotros" (Jn 13, 15). De este modo establece una íntima correlación entre la Eucaristía, sacramento del don
de su sacrificio, y el mandamiento del amor, que nos compromete a acoger y a servir a nuestros hermanos.
No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar al prójimo. Cada vez
que participamos en la Eucaristía, también nosotros pronunciamos nuestro "Amén" ante el Cuerpo y la
Sangre del Señor. Así nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de nuestros hermanos,
transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel que "se despojó de su rango, y tomó la
condición de esclavo" (Flp 2, 7).
El amor es la herencia más valiosa que él deja a los que llama a su seguimiento. Su amor, compartido
por sus discípulos, es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera.
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B. «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de
padecer» (Lucas 22,15).
Benedicto XVI, Homilía en la Misa de la Cena del Señor, Jueves Santo, 21 de abril de 2011.
o En el deseo de Jesús reconocemos el deseo de Dios mismo, su amor por los
hombres, por su creación, un amor que espera.
Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente
deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su
encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos
regala en la Eucaristía?
¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados
totalmente en otras cosas?
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15). Con estas
palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo
grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar
a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo
el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con
los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos
reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor
que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo
también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf.
Rm 8,19).
Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en
nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos
regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas?
Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de que hay puestos que
quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete
nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una
realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía. Jesús
también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin
alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas
completamente diferente. San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas
son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta
dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero
les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado
fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está
muerta.
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