martes, 18 de julio de 2017
Misa Crismal (2013), Homilía de Papa Francisco. La unción que reciben los es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón. Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia.El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco, El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor.
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Misa Crismal (2013), Homilía de Papa Francisco. La unción que reciben los es para ungir al
pueblo fiel de Dios al que sirven. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros
mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y
amargo el corazón. Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es una
prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo,
cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Al buen sacerdote se lo reconoce
por cómo anda ungido su pueblo, esto es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con
óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena
noticia.El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco, El que no sale de sí, en vez de mediador, se
va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor.
Cfr. Misa Crismal del 28 de marzo de 2013 - (Zenit.org)
Queridos hermanos y hermanas:
Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto,
especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.
o Las Lecturas nos hablan de los “Ungidos”.
Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al
pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los
cautivos, para los oprimidos... la unción sacerdotal que, a través del
ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las
vestiduras.
Las Lecturas nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los
tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción
es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del
santo crisma es la del Salmo: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la
barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama, que
desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal
que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.
La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de
los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que
proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro
izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel
(cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha
confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede
hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de
nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.
o El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su
persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá
claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los
enfermos, para los que están tristes y solos.
La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros
mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se
pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.
De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de
nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción. El óleo
precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza
«las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los
enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a
nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el
aceite... y amargo el corazón.
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o Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es
una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría
se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido
una buena noticia.
Algunas cosas que agradece la gente
Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo, esto es una prueba clara. Cuando la
gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de
haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece
cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los
bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más
expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe.
Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y
alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a
través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que
tengo este problema...». «Bendígame padre» y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla
del manto, porque vuelve convertida en petición, petición del pueblo de Dios. Cuando estamos en esta
relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores
entre Dios y los hombres.
Tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces
inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo
son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el
óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos.
Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces
inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de
nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió
el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de
Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón
revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que
resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre.
Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la
«periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo
(cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.
o Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia
redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada,
ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones.
Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde
hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos
patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar
al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando
de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia
que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar
la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco, El que no sale de sí, en
vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en
gestor.
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque gracias a Dios nuestra gente nos
roba la unción se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su
corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en
intermediario, en gestor.
Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en
juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De
aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes y
convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores
con «olor a oveja», y esto os pido, sed pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño, y
pescadores de hombres.
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Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de
civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar
las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra
claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y
resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.
Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre
Pastores según el corazón de Dios.
o Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de
Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de
tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde
nuestro pueblo fiel más lo espera y valora
Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido
ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las
«periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos
del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir
a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén.
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Vida Cristiana
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