Ø La Palabra de Dios y nuestra libertad para aceptarla o rechazarla (Domingo 15 del tiempo ordinario, Ciclo A). Una homilía de San Juan Pablo II (el 15 de julio de 1990). Dios puede modificar cualquier situación, incluso la más dramática y compleja: “la palabra que sale de mi boca no volverá a mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero y realizará la misión que le haya confiado” (Primera Lectura). Pero el hombre tiene la posibilidad tremenda de volver vana la iniciativa divina y rechazar su amor. (Evangelio). Depende de nosotros ser la tierra buena: “el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta” (Mateo 13,23).
Isaías 55, 10-11: 10 Como
descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que riegan la tierra, la fecundan ,
la hacen germinar, y dan simiente al sembrador y pan a quien ha de comer, así
será la palabra que sale de mi boca: no
volverá a mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero y realizará la misión que le haya confiado.
Mateo 13, 18-23: Explicación de la palabra del sembrador. 18
“Escuchad pues la parábola del sembrador. 19 A todo el que oye la palabra del
Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: es
esto lo sembrado junto al camino. 20 Lo
sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la palabra, y al momento la
recibe con alegría; 21 pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al
venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza
y cae. 22 Lo sembrado entre espinos
es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción
de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. 23 Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y
fructifica y produce el ciento, o el sesenta o el treinta”
Una homilía de san Juan Pablo II
En el Santuario alpino
de Nuestra Señora de Barmasc, Valle d’Aosta (Italia), (15-VII-1990)
Isaías 55, 10-11;
Salmo 64; Romanos 8, 18-23; Mateo 13, 1-23.
v A) Las palabras del profeta Isaías son una invitación a creer que Dios puede modificar cualquier situación, incluso la más dramática y compleja. (Primera Lectura)
“Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no
tornará a mí de vacío, sin que haya cumplido aquello para lo que que la envié”
(Isaías 55,11).
Como la lluvia baña la tierra, así Dios con su gracia
da nuevamente vigor al hombre abrumado por el peso del pecado y de la muerte.
Él es fiel y mantiene siempre la palabra dada.
Ningún poder logrará frenar la fuerza irresistible de
su misericordia.
Las palabras del Deutero-Isaías
que hemos escuchado en la primera lectura subrayan de manera significativa la
promesa que Yavé renueva al pueblo de Israel afligido y desorientado. Ellas se
dirigen también a nosotros como un llamamiento a la esperanza y como un
estímulo a la confianza. Se dirigen al hombre de nuestro tiempo, sediento de
felicidad y bienestar, que va en busca de la verdad y de la paz, pero que, por
desgracia, experimenta la decepción del fracaso.
Las palabras del profeta son una invitación a creer
que Dios puede modificar cualquier situación, incluso la más dramática y
compleja.
En efecto, ¿quién puede oponerse a su obrar? Él, que
es omnipotente y bueno, ¿nos abandonará quizá a nuestra fragilidad y nos dejará
vagar a merced de nuestra infidelidad?
En los textos de este domingo el Omnipotente se nos
presenta revestido de ternura y atención, prodigando a la humanidad dones de
salvación. Él acompaña con paciencia al pueblo que eligió; guía fielmente a lo
largo de los siglos a la Iglesia, el “nuevo Israel”, que caminando en el tiempo
presente busca la ciudad futura y perenne” (Lumen
gentium n.9).
Habla y obra, dona sin medida y sin arrepentimiento,
interviene en nuestra realidad diaria incluso cuando somos débiles y no
correspondemos a su amor gratuito y generoso.
v B) Pero el hombre tiene la posibilidad tremenda de volver vana la iniciativa divina y rechazar su amor. (Evangelio)
o Depende de nosotros ser la tierra buena en la que “da fruto y produce uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mateo 13,23).
Pero el hombre tiene la posibilidad tremenda de volver
vana la iniciativa divina y rechazar su amor. Nuestro “sí”, adhesión libre a su
propuesta de vida, es indispensable para que el proyecto de salvación se cumpla
en nosotros.
Reflexionemos sobre la parábola del sembrador. Ella
nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a ponderar sabiamente
la responsabilidad que nos corresponde a cada uno de nosotros de hacer madurar
la semilla de la Palabra, difundida ampliamente en nuestro corazón. La semilla
de la que hablamos es la Palabra de Dios; es Cristo, el Verbo de Dios vivo. Se
trata de una semilla en sí misma fecunda y eficaz, surgida de la fuente
inextinguible del Amor trinitario. Sin embargo, el hecho de hacerla fructificar
depende de nosotros, depende de la acogida de cada uno de nosotros. A menudo,
el hombre es distraído por demasiados intereses, le llegan innumerables
estímulos desde muchas partes, y le resulta difícil distinguir, entre tantas
voces, la única Verdad que hace libre.
Es necesario convertirse en terreno disponible sin
abrojos y sin piedras, sino arado y escardado con cuidado. Depende de nosotros
ser la tierra buena en la que “da fruto y produce uno ciento, otro sesenta,
otro treinta” (Mateo 13,23).
Os exhorto a crecer en deseos de Dios; os aliento a
acoger generosamente la invitación que os dirige la liturgia de este día. Ojalá
correspondáis siempre a los impulsos de la gracia y produzcáis frutos
abundantes de santidad.
El mundo, “sometido a la vanidad” (Romanos 8,20),
grita que tiene sed de Cristo. Invoca la paz, pero no sabe dónde hallarla
plenamente. ¿Quién podrá transformar este terreno pedregoso y lleno de abrojos
en un campo ubérrimo, sino la lluvia y la nieve que bajan desde arriba?
v C) La Virgen nos sostiene
“Virgo potens,
erige pauperem” - “Virgen poderosa, alza al pobre”. Es verdad: la Virgen
sostiene al pobre que confía en Ella. Ayuda al cristiano, día tras día, a
seguir los pasos de Jesús, a gastar por Él todo tipo de recursos físicos y
espirituales, realizando de este modo la misión que le fue confiada por el
bautismo. El creyente se transforma así, a su vez, en una semilla de vida
ofrecida, junto a Cristo, por la salvación de sus hermanos.
(…)
Vida Cristiana
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