viernes, 7 de julio de 2017

Domingo 3º de Pascua, Año B (2015). El rostro de Dios está en el rostro de Cristo. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre.



1 Domingo 3º de Pascua, Año B (2015). El rostro de Dios está en el rostro de Cristo. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Cfr. Domingo 3º de Pascua Año B 19 abril 2015 1 Juan 2, 1-5; Lucas 24, 35-48; Salmo Responsorial 4,2.4-6.7.9; Hechos 3, 13-15.17-19 Salmo 4: 2 Escúchame cuando te invoco, Dios de mi justicia; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. 4 Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque. 5 Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho; 6 ofreced sacrificios legítimos y confiad en el Señor. 7 Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha?¡Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro! 9 En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo. ¡Alza sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro! (Salmo Responsorial 4, 7) 1. El rostro de Dios está en el rostro de Cristo En la Escritura o Jesús revela al Padre: quien ve a Jesús ve a Dios Padre • Juan 14, 5-11: 5 Le dice Tomás: « Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? » 6 Le dice Jesús: « Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7 . Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. » 8 . Le dice Felipe: « Señor, muéstranos al Padre y nos basta. » 9. Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. 11 Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. • 2 Co 4, 5-6: 5 No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. 6 Pues el mismo Dios que dijo: «De las tinieblas brille la luz», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo. En el Catecismo de la Iglesia Católica o Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre • n. 516: Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: «Quien me ve a mí, ve al Padre» (Juan 14, 9), y el Padre: «Este es mi Hijo amado; escuchadle» (Lucas 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir la voluntad del Padre (Cf Hebreos 10, 5-7), nos «manifestó el amor que nos tiene» (1 Juan 4, 9) incluso con los rasgos más sencillos de sus misterios. En Juan Pablo II o Catequesis Todo en Jesús remite al Padre • 16-12-1998: El punto de partida de nuestra reflexión son las palabras del evangelio que nos señalan a Jesús como Hijo y Revelador del Padre. Todo en él: su enseñanza, su ministerio, e incluso su estilo de vida, remite al Padre (Juan 5,19;5,36; 8,28;14,10; 17,6). El Padre es el centro de la vida de Jesús y, a su vez, Jesús es el único camino para llegar al Padre. "Nadie va al Padre sino por mí" (Juan 14,6). Jesús es el punto de encuentro de los seres humanos con el Padre, que en él se ha hecho visible: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Como dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre esta en mí?" (Juan 14,9-10). Mediante Cristo Dios no se limita a asegurarnos una próvida asistencia paterna, sino que comunica su misma vida, haciéndonos "hijos en el Hijo". • 13-1-1999: Sobre todo Jesús se sitúa de un modo absolutamente único en relación con la paternidad divina, 2 manifestándose como "hijo" y ofreciéndose como el único camino para llegar al Padre. A Felipe, que le pide: "Muéstranos al Padre y esto nos basta" (Jn 14,8), le responde que conocerlo a él significa conocer al Padre, porque el Padre obra por él (Jn 14,8-11). Así pues, quien quiere encontrar al Padre necesita creer en el Hijo: mediante él Dios no se limita a asegurarnos una próvida asistencia paterna, sino que comunica su misma vida, haciéndonos "hijos en el Hijo". Es lo que subraya con emoción y gratitud el apóstol san Juan: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, y (lo somos!" (1Jn 3,1). o Carta Apostólica “Novo millennio ineunte”, 6 enero 2001 Un rostro para contemplar. Hemos de ser contempladores de su rostro para no sólo «hablar» sino en cierto modo hacerlo ver, siendo así testimonio. • n. 16. « Queremos ver a Jesús » (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. Ante los desafíos de nuestro tiempo. No hay una fórmula mágica que nos salve, ni hay que inventar un programa. El programa ya existe: se centra en Cristo, a quien hay que conocer, amar e imitar. • n. 29: (...) No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. En Es Cristo que pasa, 142 o Dios nos llama para que, en medio de las debilidades propias de quien es polvo y miseria, podamos reflejar de algún modo el rostro de Cristo. • “Dios nos llama ya ahora sus amigos, su gracia obra en nosotros, nos regenera del pecado, nos da las fuerzas para que, entre las debilidades propias de quien aún es polvo y miseria, podamos reflejar de algún modo el rostro de Cristo. No somos sólo náufragos a los que Dios ha prometido salvar, sino que esa salvación obra ya en nosotros. Nuestro trato con Dios no es el de un ciego que ansía la luz pero que gime entre las angustias de la obscuridad, sino el de un hijo que se sabe amado por su Padre”. En Amigos de Dios, 127 o Jesús es el camino. Los hombres a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios. “Ego sum via, veritas et vita 1 , Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: El es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes. Jesús es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos, señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo han logrado borrar. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in sæcula 2 . ¡Cuánto me gusta recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que 1 Juan 14,6 2 Hebreos 13,8 3 le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios. Ahora, al comenzar este rato de oración junto al Sagrario, pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam! 3 , ¡Señor, que vea!, que se llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna”. 2. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre Cfr. Francisco, Bula de proclamación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia (11 de abril de 2015). • n. 1: Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra, que se hizo viva, visible y alcanzó su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico de misericordia (Efesios 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad (Exodo 34,6) no dejó de dar a conocer, de varios modos y en muchos momentos de la historia, su naturaleza divina. En la plenitud de los tiempos (Gálatas 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, envió a su Hijo, nacido de la Virgen María, para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien ve a Él ve al Padre (cfr. Juan 14,9). Jesús de Nazaret, con su palabra, sus gestos y toda su persona4 , revela la misericordia de Dios. • n. 8: Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos sentir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús recibió del Padre fue revelar el misterio del amor divino en su plenitud. Dios es amor (1Juan 4,8.16), afirma —por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura— el evangelista Juan. Ese amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa que amor. Un amor que se entrega y se ofrece gratuitamente. Su trato con las personas que se le acercan deja ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo con los pecadores, con las personas pobres, excluidas, enfermas y que sufren, llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él carece de compasión. Jesús, ante la multitud de las personas que le seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo hondo de su corazón una intensa compasión (cfr. Mateo 9,36). Por ese amor compasivo curó a los enfermos que le presentaban (cfr. Mateo 14,14) y, con pocos panes y peces, calmó el hambre de una gran muchedumbre (cfr. Mateo 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la que leía el corazón de sus interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. (…) 5 • n. 21. La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. (…) La justicia en sí misma no basta, y la experiencia enseña que, apelando solo a ella, se corre el riesgo de destruirla. Por eso, Dios va más allá de la justicia, con la misericordia y el perdón. Eso no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que ese no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia; la engloba y la supera en un acto superior donde se experimenta el amor, que es la base de la verdadera justicia. (…) www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana 3 Lucas 18,41 4 Cfr. Dei Verbum, 4. 5 Nota de la redacción de Vida Cristiana. Francisco, en las líneas sucesivas de este mismo número, se refiere a diversos hechos concretos del Evangelio, en los que aparece que Jesús es movido por la misericordia: en los encuentros con la viuda de Naim, con el endemoniado de Gerasa, con Mateo. Lo mismo en su predicación: por ejemplo en las parábolas de la misericordia (n. 9), en la predicación sobre las obras de misericordia (n. 15) etc.

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