sábado, 8 de julio de 2017
Homilía del Papa Francisco durante la apertura de la Puerta Santa de la Caridad en el Hospicio de Caritas “Don Luigi Di Liegro” de Roma (18 de diciembre de 2015). Jesús está en la humildad. Que el Espíritu Santo nos abra el corazón, y nos haga ver cuál es la senda de la salvación. No es el lujo, no es el camino de las grandes riquezas, no es la senda del poder. Es la senda de la humildad. Y los más pobres, los enfermos, los presos –Jesús dice más– los más pecadores, si se arrepienten, nos precederán en el Cielo. Ellos tienen la llave. El que hace la caridad es quien se deja abrazar por la misericordia del Señor. Nosotros abrimos hoy esta Puerta y pedimos dos cosas. Primero, que el Señor abra la puerta de nuestro corazón a todos. Todos lo necesitamos, todos somos pecadores, todos necesitamos sentir la Palabra del Señor y que la Palabra del Señor venga. Segundo, que el Señor haga entender que la senda de la presunción, la senda de las riquezas, la senda de la vanidad, la senda del orgullo, no son caminos de salvación.
1 Homilía del Papa Francisco durante la apertura de la Puerta Santa de la Caridad en el Hospicio de Caritas “Don Luigi Di Liegro” de Roma (18 de diciembre de 2015). Jesús está en la humildad. Que el Espíritu Santo nos abra el corazón, y nos haga ver cuál es la senda de la salvación. No es el lujo, no es el camino de las grandes riquezas, no es la senda del poder. Es la senda de la humildad. Y los más pobres, los enfermos, los presos –Jesús dice más– los más pecadores, si se arrepienten, nos precederán en el Cielo. Ellos tienen la llave. El que hace la caridad es quien se deja abrazar por la misericordia del Señor. Nosotros abrimos hoy esta Puerta y pedimos dos cosas. Primero, que el Señor abra la puerta de nuestro corazón a todos. Todos lo necesitamos, todos somos pecadores, todos necesitamos sentir la Palabra del Señor y que la Palabra del Señor venga. Segundo, que el Señor haga entender que la senda de la presunción, la senda de las riquezas, la senda de la vanidad, la senda del orgullo, no son caminos de salvación. Dios viene a salvarnos, y no encuentra mejor manera para hacerlo que caminar con nosotros, hacer la vida nuestra. Y en el momento de elegir el modo, cómo hacer su vida, no escoge una gran ciudad de un gran imperio, no elige una princesa, una condesa por madre, una persona importante, no escoge un palacio de lujo. Parece que todo haya sido hecho intencionalmente casi a escondidas. María era una chica de 16 o 17 años, no más, en un pueblecito perdido en las periferias del imperio romano; y nadie conocía aquel pueblo, lo más seguro. José era un muchacho que la amaba y quería casarse con ella, un carpintero que se ganaba el pan de cada día. Todo en sencillez, todo pasando oculto. Incluso el repudio –porque eran novios, y en un pueblo tan pequeño, ya sabéis cómo son los chismes, cómo vuelan–; José se dio cuenta de que ella estaba encinta, pero era justo. Todo a escondidas, a pesar de la calumnia y las murmuraciones. El Ángel le explica a José el misterio: El hijo que tu novia lleva consigo es obra de Dios, es obra del Espíritu Santo. Cuando José se despertó del sueño hizo lo que le había ordenado el Ángel del Señor, y fue a ella y la tomó por esposa (cfr. Mt 1,18-25). Pero todo a escondidas, todo humilde. Las grandes ciudades del mundo no sabían nada. Y así es Dios entre nosotros. Si quieres encontrar a Dios, búscalo en la humildad, búscalo en la pobreza, búscalo donde Él está escondido: en los menesterosos, en los más necesitados, en los enfermos, en los hambrientos, en los encarcelados. Y Jesús, cuando nos predica la vida, nos dice cómo será el juicio nuestro. No dirá: Tú, ven conmigo porque has hecho tantas hermosas ofrendas a la Iglesia, tú eres un benefactor de la Iglesia, ven, ven al Cielo. No. La entrada al Cielo no se paga con dinero. Tampoco dirá: Tú eres muy importante, has estudiado mucho y has tenido muchos reconocimientos, ven al Cielo. No. Los honores no abren la puerta del Cielo. ¿Qué nos dirá Jesús para abrirnos la puerta del Cielo? Tuve hambre y me diste de comer; era un sin techo y me diste una casa; estaba enfermo y viniste a verme; estaba en la cárcel y me visitaste (cfr. Mt 25,35-36). Jesús está en la humildad. El amor de Jesús es grande. Por eso hoy, al abrir esta Puerta Santa, yo quisiera que el Espíritu Santo abriese el corazón de todos los romanos, y les hiciese ver cuál es la senda de la salvación. No es el lujo, no es el camino de las grandes riquezas, no es la senda del poder. Es la senda de la humildad. Y los más pobres, los enfermos, los presos –Jesús dice más– los más pecadores, si se arrepienten, nos precederán en el Cielo. Ellos tienen la llave. El que hace la caridad es quien se deja abrazar por la misericordia del Señor. Nosotros abrimos hoy esta Puerta y pedimos dos cosas. Primero, que el Señor abra la puerta de nuestro corazón a todos. Todos lo necesitamos, todos somos pecadores, todos necesitamos sentir la Palabra del Señor y que la Palabra del Señor venga. Segundo, que el Señor haga entender que la senda de la presunción, la senda de las riquezas, la senda de la vanidad, la senda del orgullo, no son caminos de salvación. Que el Señor nos haga entender que su caricia de Padre, su misericordia, su perdón, es cuando nos acercamos a los que sufren, a los descartados por la sociedad: ahí está Jesús. 2 Esta Puerta, que es la Puerta de la Caridad, la Puerta donde son asistidos tantos, tantos descartados, nos haga comprender que sería bonito que también cada uno de nosotros, cada uno de los romanos, de todos los romanos, se sintiese descartado, y sintiese la necesidad de la ayuda de Dios. Hoy rezamos por Roma, por todos los habitantes de Roma, por todos, comenzando por mí, para que el Señor nos dé la gracia de sentirnos descartados; porque nosotros no tenemos ningún mérito: solo Él nos da la misericordia y la gracia. Y para acercarnos a esa gracia tenemos que acercarnos a los descartados, a los pobres, a los que tienen más necesidad, porque sobre este acercarse todos seremos juzgados. Que el Señor hoy, abriendo esta puerta, dé esta gracia a toda Roma, a cada habitante de Roma, para poder ir adelante en ese abrazo de la misericordia, donde el padre toma al hijo herido, pero el herido es el padre: Dios está herido de amor, y por eso es capaz de salvarnos a todos. Que el Señor nos dé esta gracia. Palabras después de Santa Misa Está cerca la Navidad, está cerca el Señor. Y el Señor cuando nació estaba ahí, en aquel pesebre, y nadie se daba cuenta de que era Dios. En esta Navidad yo quisiera que el Señor naciese en el corazón de cada uno de nosotros, escondido… de modo que nadie se dé cuenta, pero que esté el Señor. Eso os deseo, esa felicidad de la cercanía del Señor. Vosotros rezad por mí y yo rezo por vosotros. Gracias.
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