sábado, 8 de julio de 2017

Misericordia. Adviento (2015). ¿Qué tenemos que hacer para conseguir la conversión que predica Juan el Bautista? La senda del amor práctico por el prójimo. Angelus del Papa Francisco, el III Domingo de Adviento. Hay que convertirse, hay que cambiar la dirección de la marcha y emprender la senda de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor, siente la alegría. La certeza de que el Señor está cerca con su misericordia, con su perdón y su amor.



1 Misericordia. Adviento (2015). ¿Qué tenemos que hacer para conseguir la conversión que predica Juan el Bautista? La senda del amor práctico por el prójimo. Angelus del Papa Francisco, el III Domingo de Adviento. Hay que convertirse, hay que cambiar la dirección de la marcha y emprender la senda de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor, siente la alegría. La certeza de que el Señor está cerca con su misericordia, con su perdón y su amor.  Cfr. Ángelus de Papa Francisco - Domingo III de Adviento. 13 diciembre 2015 Sofonías 3, 14-18a; Salmo Isaías 12, 2-6; Filipenses 4, 4-7, Lucas 3, 10-18 En el Evangelio de hoy hay una pregunta repetida tres veces: ¿Qué tenemos que hacer? (Lc 3,10.12.14). La dirigen a Juan Bautista tres categorías de personas: primero, la muchedumbre en general; segundo, los publicanos, o sea los recaudadores de impuestos; y, tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta sobre lo que debe hacer para conseguir la conversión que él está predicando. La respuesta de Juan a la pregunta de la muchedumbre es compartir los bienes de primera necesidad. Es decir, al primer grupo, la gente, les dice que compartan los bienes de primera necesidad, y habla así: Quien tenga dos túnicas, que dé una a quien no la tenga, y quien tenga de comer, haga otro tanto (v. 11). Luego, al segundo grupo, a los recaudadores de impuestos, les dice que no exijan nada más que la suma debida (cfr. v. 13). ¿Qué quiere decir esto? No pedir “comisiones”; es claro el Bautista. Y al tercer grupo, a los soldados, les pide que no extorsionen nada a nadie sino que se contenten con sus pagas (cfr. v. 14). Son las tres respuestas a las tres preguntas de estos grupos. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión, que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: la senda del amor práctico por el prójimo. De estas advertencias de Juan Bautista comprendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en aquella época detentaba el poder, bajo formas diversas. Las cosas no han cambiado mucho. Sin embargo, ninguna categoría de personas está excluida de recorrer la senda de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición: tampoco ellos están excluidos de la salvación. Dios no cierra a nadie la posibilidad de salvarse. Él está –por así decir– ansioso de usar misericordia, usarla con todos, y de acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y del perdón. Esta pregunta –¿qué debemos hacer?– la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que hay que convertirse, hay que cambiar la dirección de la marcha y emprender la senda de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Convertíos! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a volver a descubrir una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor, siente la alegría. El profeta Sofonías nos dice hoy: ¡Regocíjate, hija de Sión!, dirigido a Jerusalén (Sof 3,14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos de Filipos: Estad siempre alegres en el Señor (Fil 4,4). Hoy hace falta valor para hablar de alegría, ¡hace falta sobre todo fe! El mundo está asediado por tantos problemas, el futuro gravado de incógnitas y temores. Sin embargo, el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es algo superficial y efímero, sino profundo y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza de que el Señor está cerca (Fil 4,5): está cerca con su ternura, con su misericordia, con su perdón y su amor. Que la Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, al Dios de la misericordia, que siempre quiere vivir en medio de sus hijos. Y que nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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