sábado, 8 de julio de 2017

LA NAVIDAD CELEBRADA POR SAN FRANCISCO DE ASIS EN GRECCIO (ITALIA) (1223)


1 LA NAVIDAD CELEBRADA POR SAN FRANCISCO DE ASIS EN GRECCIO (ITALIA) (1223) Cfr. DIRECTORIO FRANCISCANO - ENCICLOPEDIA FRANCISCANA Relato de Tomás de Celano (1 Cel 84-87) Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado. Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación. El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras. Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría. Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males. El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de 2 su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya. Relato de San Buenaventura (LM 10,7) Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en el castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles. Mas para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno. Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne. El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem». Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño. Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración. Relato del P. Cuthbert El viajero que desde el valle de Espoleto entra por el sur al valle de Rieti, se da en seguida cuenta de que aquél es un país diferente, a pesar de que en los mapas el distrito de Rieti, rodeado de altas montañas, está señalado como formando parte de Umbría. Hay un no sé qué de altanero, tanto en el aspecto del paisaje como en el carácter de sus habitantes; pero es una altivez que no tiene el menor resabio de hostilidad. Por el contrario, allí se encuentra una hospitalidad generosa, un deseo de que el visitante tenga la sensación de hallarse en su casa. Rieti tiene aires de gran señor, aun cuando hace entrega de lo mejor de sí mismo, distintivo que ostentan frecuentemente los pueblos inconquistados de las montañas. [...] No maravilla que Francisco buscase refugio en el valle de Rieti, para apartarse de los cuidados y agitación de su apostolado activo, ni que en los años de su gran tribulación fuese allí a fortalecerse para el sufrimiento y la batalla. Y no podemos imaginar lugar más adecuado que aquel retiro montañés, para situar en él aquellos últimos años en que Francisco, lleno el espíritu de la expectación de la muerte, no podía ya ver turbada por los clamores del mundo la paz reconquistada. Al abandonar Roma después de la solemne aprobación de la Regla por Honorio III en noviembre de 1223, tenía la certeza de haber realizado el acto culminante de su ministerio. Sabía que de diferentes maneras había desaparecido la simplicidad de los primeros años; pero en la medida de sus fuerzas había asegurado a todos los que amaban la vocación de la pobreza, la libertad de observarla con la autorización suprema de la Iglesia. Y sentía ahora que, descontando el dar buen ejemplo, su labor había terminado; con mayor independencia podía entregarse a la vida oculta con Cristo su Señor. En adelante, el mundo y los hombres apenas turbarán su alma, sumida cada vez más 3 íntimamente en el abrazo del Amado; y las voces de la tierra llegarán a su interior tan sólo a través de aquella vida mística que es fronteriza con la eternidad. Acercábase Navidad. Faltaban dos semanas para tan dulce fiesta y Francisco se hallaba otra vez en el valle de Rieti, probablemente en su celda de rocas de Monte Rainerio (Fontecolombo); y había invitado a un amigo a acompañarle, Giovanni de Vellita. Giovanni vivía en Greccio, a algunas millas hacia el norte siguiendo el camino que conduce al lago. Algunos años antes había conocido a Francisco en una de sus misiones, cayendo entonces bajo el hechizo de su espíritu y pasando a ser uno de sus discípulos aislados. Era hombre de posición desahogada y tenía algunas tierras en su país natal. Queriendo inducir a Francisco a residir algunas temporadas en aquel vecindario y conociendo su afición a los retiros solitarios, había dispuesto para su uso algunas cuevas en el peñascal que mira a la villa de Greccio, construyendo allí, en torno de las cuevas, un tosco eremitorio a gusto de Francisco, donde pudiesen vivir algunos frailes. La villa de Greccio se asienta sobre una elevada arista de roca, al borde de una anchurosa oquedad. Puede contemplar en el fondo acomodadas masadas y viñedos resguardados del viento norteño por la desnuda montaña escalonada. A la extremidad de la hondonada, opuesta a la población, la roca viva se alza cortada a pico a algunos centenares de pies. En la cúspide de esa roca está el eremitorio que Giovanni dio a los frailes; pero, en sus alrededores hay terreno llano suficiente para que el bosque brinde sus sombras hospitalarias. Francisco conocía bien aquel paraje y sentía vivos deseos de celebrar allí la fiesta de Navidad. En la paz recobrada por su alma, el mundo se transfiguraba con signos sacramentales; al meditar durante el adviento el misterio de Belén, sentía un deseo vehementísimo, cual no lo sintiera anteriormente, de tener la visión de Cristo sobre la tierra. La dulzura de la condescendencia divina había penetrado en su alma con vital insistencia; en espíritu contemplaba la pobreza del nacimiento de su Señor, por el amor iluminada, y quería más todavía, a saber, la visión material de lo que espiritualmente adivinara. Quería ver este misterio de amor en su forma terrena y realizar con su representación el desposorio del cielo y de la tierra; y hacer de esta suerte que Dios habitara de nuevo entre las cosas temporales. Así, pues, en llegando Giovanni díjole Francisco: «Quisiera conmemorar aquel Niño que nació en Belén y ver de algún modo con mis ojos corporales los trabajos de su infancia; ver cómo yacía sobre la paja en un establo, con el buey y el asno a su lado. Si tú quieres, celebraremos esta fiesta en Greccio, adonde irás antes a preparar lo que te diga». Giovanni fue, pues, a Greccio, y en el bosque, cerca de las ermitas, dispuso un establo con un pesebre y al lado del pesebre un altar. Y Francisco envió a decir a todos los frailes del valle de Rieti que se reuniesen con él en Greccio para celebrar la Navidad. Llegó la vigilia de Navidad, y como se acercase la hora de la misa de medianoche, los vecinos de ambos sexos de la población y del campo acudieron al eremitorio llevando hachas encendidas que proyectaban un juego de sombras en la ladera de la colina a medida que avanzaban con paso firme; al reunirse en grupo compacto entorno al establo, todo aquel lado de la oquedad parecía en llamas. Francisco ofició de diácono, impregnándose sus funciones sagradas con el embeleso y la solicitud de la madre que cuida a su hijo. Cuando, después del Evangelio, se adelantó a predicar, sintió la muchedumbre como que un misterio oculto iba a ser realmente revelado a sus ojos; el predicador le comunicaba su propia visión de Belén y la hacía estremecer con sus emociones personales. Parecía haber perdido la noción del concurso de gente que le rodeaba y no ver más que al Divino Niño, a su cuidado maternal, acariciado por la pobreza y adorado por la sencillez. Tiernamente le saludaba, llamándole «Niño de Belén» y «Jesús», y al pronunciar estos nombres parecía paladearlos con extraordinaria dulzura; y la palabra «Beth-le-em» la exhalaba con una entonación cual si fuese el balido de adoración de las ovejuelas de las colinas de Judea. De vez en cuando inclinábase sobre el pesebre y lo acariciaba. Giovanni aseguró después que vio un niño tendido en la comedera como si estuviese muerto, el cual despertó al contacto de Francisco. Todos los circunstantes creyeron que aquella noche Greccio se había convertido en otro Belén. Durante el resto del invierno y ya muy entrada la primavera, parece que Francisco siguió habitando el eremitorio en la peña, pero no enteramente incomunicado con los hombres. Porque el mismo amor que le aproximaba a Cristo el Amado en la soledad, le impelía a anunciar al prójimo el evangelio del amor redentor de Cristo. [...] Poco después de la muerte de Francisco, erigióse una capilla en el lugar del establo. La capilla existe todavía; próxima a ella hay otra más espaciosa construida algo más tarde. Recientemente se ha edificado una nueva iglesia, más moderna. 4 ------------------------------ Su devoción era mayor que por las demás fiestas pues decía que, si bien la salvación la realizó el Señor en otras solemnidades –Semana Santa/Pascua–, ésta ya empezó con su nacimiento. ------------------------- Santuario de Greccio (Rieti) San Francisco de Asís en Greccio Greccio es una pequeña población de 1.500 habitantes, situada entre Roma y Asís, a 15 quilómetros de Rieti, en la pendiente del Monte Lacerone y a 705 metros de altitud. El santuario se encuentra a poco más de dos quilómetros, encima de una escarpada roca y rodeado de bosques de encinas. Desde la explanada se contempla el castillo de Greccio y una hermosa vista del valle de Rieti. A San Francisco este lugar le gustaba porque le parecía "rico en su pobreza", y el territorio porque decía que no había visto ningún otro con tantas conversiones como este. Muchos de sus habitantes, empezando por Juan Velita, señor de Greccio, profesaron la Regla de la Tercera Orden y llevaban una vida de penitencia en sus propias casas. Cada día, a una determinada hora, los frailes entonaban las alabanzas del Señor y la gente del castillo, grandes y pequeños, salían de sus casas y respondían: "Alabado sea el Señor". Esto les valió verse libres por un tiempo del pedrisco y de los lobos, mas luego de algunos años, empezaron a enorgullecerse y a odiarse entre ellos, como predijo San Francisco, lo que trajo como consecuencia que el castillo fuese pasto de las llamas, por obra de la soldadesca de Federico II, en 1242. Dos semanas antes de la Navidad de 1223, San Francisco llamó a Juan Velita, señor del castillo, y le dijo: "Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara enseguida lo que te voy a decir. Quiero celebrar la memoria del niño nacido en Belén, y deseo contemplar de algún modo con mis ojos cuánto sufrió en su condición de niño, cómo fue reclinado en el pesegre y cómo fue puesto sobre el heno, entre un buey y una mula". Todo se celebró como estaba previsto: la noche de Navidad, la gente del castillo se dirigió al lugar donde vivían los frailes, con cantando y con antorchas y en medio del bosque. En una gruta prepararon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey. Aquella noche, como escribió Tomás de Celano, se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humidad y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Para una celebración tan original Francisco había obtenido el permiso del papa Honorio III. La homilía corrió a su cargo, pues era diácono, y mientras hablaba del niño de Belén, se relamía los labios y su voz era como el balido de una oveja. Un hombre allí presente vió en visión a un niño que dormía recostado en el pesebre, y Francisco lo despertaba del sueño. La gente volvió contenta a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego se demostró una buena medicina para curar a los animales. (ver La Navidad según San Francisco) San Francisco permaneció en Greccio hasta pasada la Pascua de 1224. De aquí se encaminó a Perusa, para echar en cara a sus habitantes el mal que estaban haciendo a sus vecinos y anunciarles las consecuencias que ello traería consigo. El santuario de Greccio hoy Hoy el santuario de Greccio ha crecido mucho: a la antigua iglesia y convento del siglo XIII se han añadido otras construcciones y una iglesia más espaciosa, pero el lugar conserva todo su encanto. La gruta, transformada en capilla el mismo año de la canonización del Santo, se conserva casi intacta, con la roca que sirvió de altar y de pesebre (ver foto arriba). Sobre la pared frontal hay restos de algunos frescos de la escuela de Giotto, de los siglos XIII-XIV. En el conventito primitivo todo nos habla de la sencillez y pobreza de los primeros tiempos. El dormitorio mide apenas 7 metros de longitud por 1,40 - 2,00 metros de anchura. Al fondo hay una minúscula celdilla excava en la roca, donde se dice que dormía San Francisco. Aquí tuvo lugar, por tanto, el episodio de la almohada de plumas, regalo de Juan Velita, que no dejaba dormir al Santo. En el piso superior hay otro dormitorio, de la segunda mitad del siglo XIII, todo de madera, con celdas a ambos lados. A continuación hay un coro del siglo XVII que conduce a la primera iglesia dedicada a San Francisco después de su canonización en 1228, como dice Tomás de Celano: "ahora 5 aquel lugar ha sido consagrado al Señor, se ha construido encima un altar en honor de San Francisco y se le ha dedicado una iglesia" (1Cel. 87). En una capilla lateral, más moderna, se conserva un retrato del siglo XIV, copia de otro más antiguo, que representa a San Francisco con los estigmas y con un pañuelo en actitud de limpiarse los ojos, afectados por una grave infección que practicamente lo dejó ciego al final de su vida. En la explanada de delante del santuario está la nueva iglesia, del 1959, con algunas vidrieras modernas y varias representaciones del Nacimiento de Cristo. En los alrededores está la celda donde se retiraba San Francisco. - - - - - - - - - - - - - - - - - - "Si yo hablara con el emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mis ruegos, firmara un decreto ordenando che ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castillos y en las villas obligaran a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres echen trigo y otras semillas por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves y, particular- mente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la dichosa Virgen María su Madre lo reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad, todos los pobres sean saciados por los ricos".(San Francisco, Leyenda de Perusa, 14). www.parroquiasantamonica.com

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