sábado, 8 de julio de 2017
Navidad (2013). Misa de Medianoche. La alegría en los textos de la Misa. A. La alegría es uno de los elementos más evidentes en el estado de ánimo de todas las personas que aparecen en los «evangelios de la infancia». El motivo de esa alegría: Dios ha visitado a su pueblo, Dios ha actuado, ha hecho cosas grandes, ha auxiliado a Israel. Es la alegría que sale del corazón de la Virgen en el Magnificat. No había lugar para ellos en la posada: si llamaran a mi puerta ¿habría lugar para ellos? Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (Juan 1,11). Cuando no tenemos tiempo para Dios. B. La alegría de los pastores: se apresuraron a ir a Belén. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar.
1 Navidad (2013). Misa de Medianoche. La alegría en los textos de la Misa. A. La alegría es uno de los elementos más evidentes en el estado de ánimo de todas las personas que aparecen en los «evangelios de la infancia». El motivo de esa alegría: Dios ha visitado a su pueblo, Dios ha actuado, ha hecho cosas grandes, ha auxiliado a Israel. Es la alegría que sale del corazón de la Virgen en el Magnificat. No había lugar para ellos en la posada: si llamaran a mi puerta ¿habría lugar para ellos? Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (Juan 1,11). Cuando no tenemos tiempo para Dios. B. La alegría de los pastores: se apresuraron a ir a Belén. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Cfr. Misa de Medianoche, 24 de diciembre del 2013 Isaías 9, 1-3.5-6; Salmo95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14 La alegría es uno de los elementos evidentes en el ánimo de las personas que aparecen en los evangelios de la infancia de Jesús. 1. La alegría en los textos de la Misa • Antífona de entrada: “Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo”. Primera Lectura: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande (vv. 1-2) … Acrecentaste la alegría, aumentaste el gozo” (v. 2). Salmo responsorial: “Alégrese el cielo, goce la tierra”. Evangelio: “El ángel les dijo [a los pastores] – No temáis os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (vv. 10-11). Oración después de la Comunión: “A cuantos celebramos rebosantes de gozo el misterio del nacimiento de Cristo, concédenos, Señor la gracia de vivir una vida santa y llegar así un día a la perfecta comunión con Cristo en la gloria”. 2. La atmósfera y el estado de ánimo en que se vivieron los acontecimientos en los «evangelios de la infancia». Cfr. Raniero Cantalamessa, 3ª predicación de Adviento al Papa y a la Curia Romana (2012) Uno de los elementos más evidentes es la alegría. En los "evangelios de la infancia", Lucas, "inspirado por el Espíritu Santo", ha conseguido no solo presentarnos los hechos y los personajes, sino también recrear la atmósfera y el estado de ánimo en que se vivieron esos acontecimientos. Uno de los elementos más evidentes de este mundo espiritual es la alegría. La piedad cristiana no se equivocó cuando llamó a los hechos de la infancia de Jesús, los «misterios gozosos», misterios de la alegría. En Zacarías, el ángel promete que habrá "alegría y gozo" por el nacimiento de su hijo y que muchos "se alegrarán" por él (cf. Lc. 1, 14). Hay una palabra griega que, a partir de este momento, volverá a aparecer en la boca de varios personajes, como una especie de tono continuo y es el término agallìasis, que significa "la alegría escatológica por la irrupción del tiempo mesiánico." Ante el saludo de María, la criatura "exultó de alegría" en el vientre de Isabel (Lc. 1, 44), preanunciando, por lo tanto, la alegría del "amigo del esposo" por la presencia del novio (Jn. 3, 29s). La nota alcanza un primer alto en el grito de María: "¡Mi espíritu se alegra (egallìasen) en Dios!" (Lc. 1, 47); se extiende a través de la alegría la calma de los amigos y de los parientes en torno a la cuna del Precursor (cf. Lc. 1, 58), para finalmente explotar con toda su fuerza, en el nacimiento de Cristo, en el grito de los ángeles a los pastores: "Les anuncio una gran alegría" (Lc. 2, 10). o El motivo de la alegría. Dios ha visitado a su pueblo. Esa alegría se expresa de muchas y diferentes maneras. El estupor y la gratitud porque Dios ha actuado, ha hecho cosas grandes, ha auxiliado a Israel. No se trata solo de algunas referencias dispersas de alegría, sino de un ímpetu de alegría calma y profunda que atraviesa los "evangelios de la infancia" de principio a fin, y se expresa de muchas y diferentes 2 maneras: en el impulso con el que María se levanta para ir donde Isabel y de los pastores para ir a ver al Niño, en los gestos humildes y típicos de la alegría, que son las visitas, los augurios, los saludos, las felicitaciones, los regalos. Pero, sobre todo, se expresa en el estupor y en la gratitud conmovida de estos protagonistas: "¡Dios ha visitado a su pueblo! [...] ¡Se ha acordado de su santa alianza. Lo que todos los fieles habían pedido --que Dios recuerde sus promesas--, ¡ya sucedió! Los personajes de los "evangelios de la infancia" parecen moverse y hablar en la atmósfera del sueño cantado en el Salmo 126, el salmo de la vuelta del exilio: "Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones. Hasta los mismos paganos decían: «¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!». ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! " María hace suya la última expresión de este salmo, cuando exclama, "Ha hecho en mi favor cosas grandes, el Todopoderoso". Estamos ante el ejemplo más puro de la "sobria embriaguez" del Espíritu. La suya es una verdadera "embriaguez" espiritual, pero es "sobria". No se exaltan, no se preocupan en tener un puesto más o menos importante en el incipiente Reino de Dios. No se preocupan siquiera en ver el final; Simeón, de hecho, dice que el Señor ahora puede dejarlo incluso ir en paz, que desaparezca. Lo que importa es que la obra de Dios avance, no importa si con ellos o sin ellos. La fuente inmediata de la alegría está en el tiempo: es el actuar de Dios en la historia. ¡Dios que actúa! ¿De dónde nace la alegría? La fuente última de la alegría es Dios, la Trinidad. Pero nosotros estamos en el tiempo y Dios está en la eternidad; ¿cómo puede fluir la alegría entre estos dos planos así distantes? De hecho, si escudriñamos mejor la Biblia, descubrimos que la fuente inmediata de la alegría está en el tiempo: es el actuar de Dios en la historia. ¡Dios que actúa! En el punto donde "cae" una acción divina, se produce como una vibración y una ola de alegría que se extiende, después, por generaciones, incluso --en el caso de las acciones dadas por la revelación--, para siempre. La acción de Dios es, cada vez, un milagro que llena de maravilla el cielo y la tierra: "¡Alégrate cielo; Yahvé lo ha hecho! --dice el profeta--, ¡clamen , profundidades de la tierra!" (Is. 44, 23; 49, 13). La alegría que viene del corazón de María y de los otros testigos de los inicios de la salvación, se basa toda ella en este motivo: ¡Dios ha auxiliado a Israel! ¡Dios ha actuado! ¡Ha hecho cosas grandes! (…) La Iglesia está invitada a hacer suyas las palabras de la Virgen. La Iglesia está invitada a hacer suyas las palabras de la Virgen, "Ha hecho en mi favor cosas grandes, el Todopoderoso". El Magnificat es el cántico que María cantó primero, como corifea, y ha dejado a la Iglesia que la prolongue por los siglos. ¡Grandes cosas ha hecho, en realidad, el Señor por la Iglesia, en estos veinte siglos! (…) No cerramos los ojos a la realidad ¿Actuando así, cerramos quizá los ojos a los tantos males que afligen a la Iglesia y a las traiciones de tantos de sus ministros? No, pero desde el momento en que el mundo y sus medios de comunicación no destacan, de la Iglesia, sino estas cosas, es bueno por una vez elevar la mirada y ver también su lado luminoso, su santidad. (…) o Una relación diferente entre la alegría y el dolor. (…) La alegría cristiana es interior; no viene desde fuera, sino desde dentro, como algunos lagos alpinos que se alimentan, no por un río que fluye desde el exterior, sino a partir de una fuente de agua que brota desde su mismo fondo. Nace del actuar misterioso y presente de Dios en el corazón humano en gracia. Puede hacer por lo tanto, que se abunde de alegría incluso en los sufrimientos (cf. 2 Co. 7, 4). Es "fruto del Espíritu" (Ga. 5, 22; Rm. 14, 17) y se expresa en la paz del corazón, plenitud de sentido, capacidad de amar y de ser amado, y por encima de todo, en la esperanza, sin la cual no puede haber alegría. o El himno oficial de Europa a la alegría, está lejos del lenguaje de Jesús. En 1972, el Consejo de Europa, a propuesta de Herbert von Karajan, adoptó como himno oficial de la Europa unida el Himno a la Alegría que concluye la Novena Sinfonía de Beethoven. Este es sin duda uno de los picos de la música mundial, pero la alegría que allí se canta es una alegría deseada, no realizada; es un grito que se eleva desde el corazón humano, más que una respuesta a la misma. 3 En el himno de Schiller, que inspiró la letra del mismo, se leen palabras inquietantes: "Aquellos que han tenido la dicha de tener un amigo o una buena esposa, que ha conocido, aunque sea por una hora, qué cosa es el amor, estos se acerquen entonces; pero quien no ha sabido nada de todo esto, mejor que se aleje, llorando, de nuestro círculo". Como se puede ver, la alegría que los hombres "beben de los pechos de la naturaleza" no es para todos, sino solo para algunos privilegiados de la vida. o El verdadero himno cristiano a la alegría es el Magnificat de María. Estamos lejos del lenguaje de Jesús que dice: "Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso" (Mt. 11, 28). El verdadero himno cristiano a la alegría es el Magnificat de María. Este habla de una exultanza (agalliasis) del espíritu por lo que Dios ha hecho en ella, y lo hace para todos los humildes y los hambrientos de la tierra. Esta es la alegría de la que tenemos que dar testimonio. Esta es la alegría de la que tenemos que dar testimonio. El mundo busca la alegría. "Al solo escucharla nombrar --escribe san Agustín--, todos se alzan y te miran, por así decirlo, a las manos, para ver si eres capaz de dar algo a su necesidad 3". Todos queremos ser felices. Es lo que es común a todos, buenos y malos. Quien es bueno, es bueno para ser feliz; quién es malo no sería malo sino esperase del poder, para así, ser feliz 4. Si todos amamos la alegría es porque, de alguna manera misteriosa, la hemos conocido; si en realidad no la hubiésemos conocido --si no fuésemos hechos por ella--, no la amaríamos 5. Este anhelo de la alegría es el lado del corazón humano naturalmente abierto a recibir el "mensaje alegre". (…) La alegría es el único signo que incluso los no creyentes son capaces de percibir y que puede meterlos seriamente en crisis. Una visión positiva sobre las personas y sobre las cosas, fruto de un espíritu humano iluminado y del Espíritu Santo. La alegría es el único signo que incluso los no creyentes son capaces de percibir y que puede meterlos seriamente en crisis. No tanto los argumentos y los reproches. El testimonio más hermoso que una esposa puede dar a su marido es un rostro que muestre la alegría, porque eso dice, por sí mismo, que él ha sido capaz de llenar su vida, de hacerla feliz. Este es también el testimonio más hermoso que la Iglesia puede prestar a su Esposo divino. San Pablo, dirigiéndole a los cristianos de Filipos aquella invitación a la alegría que da el tono a toda la tercera semana de Adviento: "Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén alegres". explica también cómo se puede ser testigo, en la práctica, de esta alegría: "Que su afabilidad –dice--, sea conocida de todos los hombres" (Filipenses 4, 4-5). La palabra "afabilidad" traduce aquí un término griego (epieikès), que indica todo un conjunto de actitudes conformado de misericordia, indulgencia, capacidad de saber ceder, de no ser obstinado. (¡Es la misma palabra de la que se deriva la palabra epicheia, usada en el derecho!). Los cristianos dan testimonio, por lo tanto, de la alegría cuando ponen en práctica estas disposiciones; cuando, evitando cualquier amargura e inútil resentimiento en el diálogo con el mundo y con los demás, saben irradiar confianza, imitando de esta forma, a Dios, que hace llover su agua también sobre los injustos. Quien es feliz, por lo general, no es amargo, no siente la necesidad de puntualizar todo y siempre; sabe relativizar las cosas, porque conoce de algo que es aún más grande. Pablo VI, en su "Exhortación apostólica sobre la alegría", escrita en los últimos años de su pontificado, habla de una "visión positiva sobre las personas y sobre las cosas, fruto de un espíritu humano iluminado y del Espíritu Santo. 6" Incluso dentro de la Iglesia, no solo hacia los que están fuera, existe una necesidad imperiosa del testimonio de la alegría. San Pablo dijo de sí mismo y de los demás apóstoles: "No es que pretendamos dominar por encima de su fe, sino que contribuimos a su gozo" (2 Co. 1, 24). (…) 1. Schürmann, Il Vangelo di Luca, , I, Paideia, Brescia 1983, p. 172. 2 Lucrezio, De rerum natura, IV, 1129 s. 3 Agostino, De ordine, I, 8, 24. 4 Cf Id., Sermone 150, 3, 4 (PL 38, 809). 5 Cf Id., Confessioni, X, 20. 6 Paolo VI, Gaudete in Domino, in “L’Osservatore Romano”, 17 maggio 1975. 2. Dios se ha hecho niño para que nos atrevamos a amarlo. Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 24 de diciembre de 2012 Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé 4 que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme. o No había lugar para ellos en la posada: si llamaran a mi puerta ¿habría lugar para ellos? Vino a su casa, y los suyos no la recibieron (Juan 1,11). Cuando no tenemos tiempo para Dios Nuevamente me llega al corazón esa palabra del evangelista - dicha casi de pasada - de que no había lugar para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? Y después nos percatamos de que esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para Dios. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? ¿En nuestros sentimientos y deseos? ¿Queda espacio para los otros? ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, él no debe existir. Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser rechazado con algún razonamiento. Para que se sea considerado serio, el pensamiento debe estar configurado de manera que la «hipótesis Dios» sea superflua. No hay sitio para él. Tampoco hay lugar para él en nuestros sentimientos y deseos. Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros. La conversión que necesitamos. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. A partir de la sencilla palabra sobre la falta de sitio en la posada, podemos darnos cuenta de lo necesaria que es la exhortación de san Pablo: «Transformaos por la renovación de la mente» (Rm 12,2). Pablo habla de renovación, de abrir nuestro intelecto (nous); habla, en general, del modo en que vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos. La conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. Oremos para que se cree en nuestro interior un espacio para él. Y para que, de este modo, podamos reconocerlo también en aquellos a través de los cuales se dirige a nosotros: en los niños, en los que sufren, en los abandonados, los marginados y los pobres de este mundo. Los pastores se apresuraron a ir a Belén. Les movía una santa curiosidad y una gran alegría. En Belén se transformó su vida. Y se convirtieron en mensajeros de salvación. 3. La alegría de los pastores, primeros testigos del acontecimiento. La figura de los pastores Joseph Ratzinger –Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Editorial Planeta 2012, tercera reimpresión diciembre de 2012. • (pp. 78-79). “Los primeros testigos del gran acontecimiento son pastores que velan. Mucho se ha reflexionado sobre el significado que puede tener el que sean precisamente los pastores los primeros en recibir su mensaje. Me parece que no es necesario emplear demasiado talento en esta cuestión. Jesús nació 5 fuera de la ciudad, en un ambiente en que por todas partes en sus alrededores había pastos a los que los pastores llevaban sus rebaños. Era normal por tanto que ellos, al estar más cerca del acontecimiento, fueran los primeros llamados a la gruta. Naturalmente, se puede ampliar inmediatamente la reflexión: quizá ellos vivieron más de cerca el acontecimiento, no sólo exteriormente, sino también interiormente; más que los ciudadanos, que dormían tranquilamente. Y tampoco estaban interiormente lejos del Dios que se hace niño. Esto concuerda con el hecho de que formaban parte de los pobres, de las almas sencillas, a los que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios (cf. Lucas 10, 21s). Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios”. • (pp. 85-86). “Cuando los ángeles les dejaron … los pastores se decían unos a otros: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor». Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre” (Lucas, 15s.). Los pastores se apresuraron. El evangelista había dicho de modo análogo que María, después de que el ángel le hablara del embarazo de su parienta Isabel, fue «de prisa» a la ciudad de Judá en la que vivían Zacarías e Isabel (cf. Lucas 1, 39). Los pastores se apresuraron ciertamente por curiosidad humana, para ver aquello tan grande que se les había anunciado. Pero estaban seguramente también pletóricos de ilusión porque ahora había nacido verdaderamente el Salvador, el Mesías, el Señor que todo el mundo estaba esperando, y que ellos eran los primeros en poderlo ver. ¿Qué cristianos se apresuran hoy cuando se trata de las cosas de Dios? Si algo merece prisa – tal vez esto quiere decirnos también el evangelista – son precisamente las cosas de Dios”. Los pastores se apresuraron en su camino hacia Belén, nos dice el evangelista. Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Nochebuena, 24 de diciembre de 2012 Apenas se alejaron los ángeles, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pasemos allá, a Belén, y veamos esta palabra que se ha cumplido por nosotros (cf. Lc 2,15). Los pastores se apresuraron en su camino hacia Belén, nos dice el evangelista (cf. 2,16). Una santa curiosidad los impulsaba a ver en un pesebre a este niño, que el ángel había dicho que era el Salvador, el Cristo, el Señor. La gran alegría, a la que el ángel se había referido, había entrado en su corazón y les daba alas. (…) Los pastores se apresuraron. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Los pastores se apresuraron. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Y, sin embargo, él es la realidad más importante, el Único que, en definitiva, importa realmente. ¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho? Pidámosle que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén; hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros. Amén. Los pastores se convirtieron en mensajeros de salvación. Juan Pablo II, Homilía, 1 de enero de 2001 La desarmante ternura del Niño, la pobreza sorprendente en la que se halla, y la humilde sencillez de María y José transforman la vida de los pastores: se convierten así en mensajeros de salvación, evangelistas ante litteram. Escribe san Lucas: "Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho" (Lc 2,20). Se fueron felices y enriquecidos por un acontecimiento que había cambiado su existencia. En sus palabras se percibe el eco de una alegría interior que se transforma en canto: "Se volvieron dando gloria y alabanza a Dios". (…) Como a los pastores que fueron a adorarlo, Cristo envía a los creyentes a vivificar la historia y las culturas de los hombres con su mensaje salvífico. Como a los pastores que fueron a adorarlo, Cristo pide a los creyentes, a quienes ha dado la alegría de encontrarlo, una valiente disponibilidad a ponerse nuevamente en camino para anunciar su Evangelio, antiguo y siempre nuevo. Los envía a vivificar la historia y las culturas de los hombres con su mensaje salvífico. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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