jueves, 6 de julio de 2017

Matrimonio. Casarse ¿para qué? Para quererse más. Solo el compromiso libre de los esposos que se deciden a amarse sin reservas, para siempre, hace posible ese amor total, plenamente humano, fiel, exclusivo y fecundo, que caracteriza el amor entre los esposos.




 1 Matrimonio. Casarse ¿para qué? Para quererse más. Solo el compromiso libre de los esposos que se deciden a amarse sin reservas, para siempre, hace posible ese amor total, plenamente humano, fiel, exclusivo y fecundo, que caracteriza el amor entre los esposos. Cfr. ¿Dejarías el amor a la suerte? - Tras el sacramento del matrimonio, los novios viven una transformación que les capacita para amar a un nivel muy superior al de antes de la boda. Cfr. Misión, n. 19 pp. 38-40 Por Isabel Molina E. El matrimonio es la gran aventura de nuestra vida, tan impredecible como fascinante. La cultura actual nos bombardea con señales de alerta para no dar el paso de la boda, sin embargo, poco se nos habla de los beneficios de casarse... ¿Qué añade ese “sí” definitivo ante el altar al amor de dos personas que se quieren? EL PRÓXIMO 29 de abril tendrá lugar la boda del príncipe Guillermo de Inglaterra con su prometida, Kate Middleton. Los británicos han anunciado un gran día de fiesta nacional, y esperan ansiosos el evento que los pondrá en la primera plana de los principales medios del mundo. Una lluvia de elogios caerá sobre esta joven pareja que se presenta ante el altar para sellar su unión. Más allá de eventos como este, que tienen sabor a cuento de hadas, el matrimonio, hoy en día, no goza del mejor prestigio social ni mediático. En 2005 se modificó el Código Civil en España para permitir las uniones entre personas del mismo sexo. Desde entonces, la realidad esponsal (marido y mujer) dejó de existir para ser reemplazada por la de cónyuge A y cónyuge B. En el mismo año, se aprobó el divorcio exprés para facilitar a las personas la disolución legal de su matrimonio al poco tiempo de presentar la demanda de divorcio. Los efectos de estos cambios legislativos no se han hecho esperar: según las estadísticas del Instituto de Política Familiar, entre 1998 y 2008 España fue el país de la Unión Europea 27 (UE27) con mayor crecimiento cuantitativo y cualitativo de divorcios (con un promedio de 73.000 divorcios más al año). Con la aceptación social del divorcio, algunos han decidido saltarse la boda y optar por irse a vivir juntos para evitar desastres. Otros, salvando grandes temores, se atreven a casarse pero, poco a poco, van perdiendo el interés y la confianza para luchar por mantener el vínculo. ¿Quiere decir entonces que el matrimonio está destinado a desaparecer? La respuesta la dan las nuevas generaciones. El informe Jóvenes españoles 2010, de la Fundación Santamaría –el cual sondea los valores de los jóvenes españoles de entre 15 y 24 años– anota que la mayoría de jóvenes sigue pensando en institucionalizar su relación de pareja. Para conseguirlo, optaría como primera opción por el matrimonio por la Iglesia y, como segunda, por la convivencia con o sin papeles. En EE UU, un estudio realizado por el Pew Research Center (noviembre de 2010) muestra también que los jóvenes estadounidenses sí valoran el matrimonio –el 95 por ciento de quienes no han cumplido los 30 años tiene planes de casarse– el problema es que han perdido la fe en él. Para superar la disyuntiva entre el velo negro que se teje sobre la institución matrimonial y los deseos reales de las personas, Tomás Melendo, filósofo y metafísico, dice que a nuestra cultura le hace falta acabar de entender lo que es el matrimonio. Frases tan sonadas como “el matrimonio no es más que una cuestión de papeles” o “yo no necesito la confirmación de un cura para querer a mi pareja”, indican que se ha reducido el matrimonio a una ceremonia, un contrato o una alianza y, aunque el matrimonio engloba estas cosas, es mucho más. Aníbal Cuevas, orientador familiar y autor del blog SerAudaces.com, compara lo que está sucediendo con el matrimonio con lo que ocurre cuando nos miramos en un espejo roto: “Podemos reconocernos, pero no es realmente nuestro rostro lo que vemos; son piezas cuarteadas que no encajan exactamente”. Es por eso, explica, que hoy “se acierta a intuir lo que es el matrimonio, pero no es visto en su unidad”. Un estudio del National Marriage Project de la Universidad de Virginia y el Centro para el Matrimonio y la Familia del Instituto para los Valores en América,When marriage disappears (Cuando el matrimonio desaparece, 2010) concluye que el modelo de matrimonio como “institución” –que integraba el sexo, la paternidad, la cooperación económica y la intimidad emocional en una unión permanente– ha sido sustituido por un modelo de matrimonio que denomina de “almas gemelas”, en el cual el matrimonio se considera un medio para el crecimiento personal, la intimidad emocional y el consumo compartido. Bajo este “modelo”, la supervivencia del matrimonio dependerá de que ambos cónyuges sean felices. Además, el sexo y la crianza 2 de los hijos son circunstanciales y pueden darse por igual fuera o dentro de la institución matrimonial. El matrimonio no se entiende como el inicio de algo que los esposos habrán de construir juntos, sino como una meta en sí misma. Por eso, para poder casarse, los novios tienen que haber alcanzado cierta independencia económica y emocional. “Estamos en las antípodas de lo que es el matrimonio cristiano”, afirma monseñor Juan Antonio Reig Pla, presidente de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española. “¿Qué es lo que ha pasado? El primer fenómeno que ha conducido a esta situación es la desacralización del matrimonio y de la vida humana. No se mira el matrimonio más que como respuesta a los propios deseos y satisfacciones; no se lo ve como algo a lo que Dios llama y, por tanto, como un estado de vida que nos trasciende”. ¿Casarse o vivir juntos? Ante la dificultad de cumplir los requisitos para casarse, el número de parejas de hecho ha aumentado significativamente en las últimas cinco décadas. Se ha popularizado la creencia de que vivir juntos antes de casarse es una buena forma de determinar si en realidad los novios se van a entender y si, por lo tanto, podrán evitar un posible divorcio. Sin embargo, When marriage disappears (Cuando el matrimonio desaparece, 2010), señala que no hay ningún estudio que demuestre la veracidad de esta creencia. Por el contrario, hay evidencias de que aquellos que viven juntos antes de casarse, tienen más posibilidades de acabar en una ruptura matrimonial cuando se casen. Un amor incondicional, es la aspiración del corazón humano. Muchos se sienten capaces de amar así, sin necesidad de casarse; sin embrago, cuando desaparece el sentimiento, aseguran que “se les acabó el amor”. Casarse y convivir no son equiparables. Para comenzar, “el matrimonio blinda jurídica, religiosa y moralmente la alianza conyugal”, explica Patricia Martínez, profesora de Psicología de la vida matrimonial y familiar del Curso de Experto en Matrimonio y Familia de la Fundación DIF (www.fundaciondif.org). “Es lo mismo que ocurre con cualquier institución humana, cuyo contrato social se protege para mayor seriedad y estabilidad de unos usos y formas sociales que le dan credibilidad”, añade. Pero la principal diferencia, de acuerdo con Aníbal Cuevas, es el compromiso. Al casarse, “los contrayentes no se comprometen a seguir sintiendo lo que sienten en ese momento durante toda la vida, se comprometen a quererse en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, en los buenos y malos momentos”. Tomás Melendo va aún más allá. Señala que la entrega, por la cual los cónyuges se dan libremente el uno al otro en exclusiva y para siempre, es del todo necesaria, pues el “sí” de la boda todo lo transforma. A partir de ese momento, los novios ya son otros. Pasan a ser esposos, es decir, “personas capaces de amar a un nivel muy superior”. Decirse “sí” –enfatiza Melendo– es un acto profundísimo, inigualable, por el que se fortalece la voluntad y se la habilita para querer a otro nivel. Esto no quiere decir que al casarse ya esté todo dado, sino que, con la boda, los esposos emprenden la aventura de “aprender a amar”. “Puede sonar utópico –insiste el mismo Melendo–, pero quien ve el matrimonio como una gran aventura logra entenderlo. Lo propio de una aventura es que quienes la emprenden se pongan una meta alta, en apariencia inalcanzable, pero que vale la pena, aunque no tienen ninguna seguridad de que vayan a alcanzar su objetivo. Una vez que la inician, no permiten que las dificultades y los contratiempos sofoquen la ilusión inicial. Y, al mantener la mirada fija en el fin, en el triunfo, renuevan las energías y la valentía para seguir adelante”. Vínculo sacramental El catecismo de la Iglesia católica nos recuerda que, a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir el matrimonio a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales, no es una institución puramente humana. Dios es su autor. La alianza matrimonial fue elevada por Cristo a la dignidad de sacramento. Al casarse, además de una capacidad nueva para amarse plenamente, los esposos reciben una gracia especial de Dios que hace viable ese tipo de amor que el corazón humano tanto desea: la gracia de estado. ¿En qué consiste esta gracia? Según monseñor Reig Pla es como una cuerda que nos permite subir al segundo piso de una vivienda cuando la puerta está cerrada. Alguien desde arriba nos lanza una cuerda. Uno se coge a ella y sube. “Justo esto es lo que hace la gracia de Dios: darnos la posibilidad de alcanzar lo que deseamos y no podemos por nuestras fuerzas”, añade. Rafael Real, que lleva 33 años de matrimonio, 3 asegura que ha experimentado esta gracia de forma viva en muchas ocasiones, incluso a los pocos días casarse. “A la vuelta de nuestro viaje de novios, pasamos por mi pueblo a ver a mis abuelos. Nos encontramos con que mi madre tenía una molestia en un ojo y unos meses después había perdido la vista. Mis padres tuvieron que venirse a vivir con nosotros. Yo tenía mucho miedo de que el cariño que tenía por mi madre fuera a interferir con el amor a mi esposa, entonces le dije a mi mujer: ‘Rosa, ayúdame, que yo solo no puedo’”. Desde ese momento Rafael, notó en Rosa una capacidad especial para llevar la convivencia con sus suegros. Al recibir el sacramento del matrimonio, los esposos adquieren como esa especie de seguro para proteger su amor. Muchos matrimonios han logrado superar crisis aparentemente insalvables cuando recuerdan que entre ellos hay un tercero, que muchas veces los espera en silencio. “Jesucristo es quien da a los esposos la posibilidad de amarse, de perdonarse, de regenerar todo lo que se destruye dentro de ellos –como las propias heridas en la vida matrimonial–, y de hacer posible todo lo que a lo largo de su historia pudieran estropear en el proyecto de Dios”, explica monseñor Reig Pla. Amarse más Casarse entonces, ¿para qué? Para quererse más. Solo el compromiso libre de los esposos que se deciden a amarse sin reservas, para siempre, hace posible ese amor total, plenamente humano, fiel, exclusivo y fecundo, que caracteriza el amor entre los esposos. Amor plenamente humano: como en todo lo humano, hay caídas, fracasos y errores. Hay discusiones. Hay momentos de absoluta incomprensión y, ante esta situación, ¿qué hacemos? Patricia Martínez comenta que es posible superarlo todo, pues “el corazón humano no es solo un músculo físico, sino un fuego capaz de reavivar desde las propias cenizas, aunque parezca que se están apagando”. Amor total: en el matrimonio se entrega la persona entera, sin reserva alguna. Esto es posible pues es el único amor donde se da la unión sexual. En los demás amores es posible comunicar pensamientos, afectos e intenciones, pero no se da ese encuentro corporal que simboliza la unidad anímica. La entrega corpórea sella el amor matrimonial. Amor fiel y exclusivo: uno con una y para siempre. ¿Significa que no me sentiré atraído por otra persona? Y si alguien distinto a mi cónyuge me atrae, ¿cómo afrontar esta situación? ¿Podré aguantar toda la vida a su lado? La fidelidad puede ser difícil, pero es fuente de felicidad duradera y profunda. Además, es siempre posible. Patricia Martínez indica que para lograrla “debemos cuidar y preservar la intimidad conyugal como el velo que protege el vínculo de pertenencia a otro en su singularidad”. Y añade que “la fidelidad es la mejor garantía de unidad en la vida conyugal, pues al haber sido libres para elegir nos hemos comprometido libremente con otro, lo que exige exclusividad, no solo de los cuerpos, sino de las mentes y los corazones”. Amor fecundo: uno de los grandes miedos actuales es el rechazo a la fecundidad propia del amor matrimonial. Incluso se difunde la idea de que, una vez casados, conviene aplazar la llegada de los hijos para conocerse mejor y disfrutar el matrimonio. María Luisa Estrada, cofundadora del programa de educación para el amor Protegetucorazón, asegura que estas ideas debilitan la unión, pues los hijos son la tuerca del amor. “Cuando un tornillo se afloja y no tiene tuerca, se cae y la máquina se estropea. De igual manera, los hijos traen alegría, al mismo tiempo que ayudan a olvidarse de uno mismo, y los esposos empiezan a mirar juntos en esa dirección porque ser padres exige ser un espejo en el cual pueden mirarse los hijos”. Los hijos son el don más excelente del amor. ¿CUESTIÓN DE SUERTE O DE TEMPLE? Aníbal Cuevas indica que la base del matrimonio está en hacer una buena elección. Compartir los mismos principios y creencias sobre la sexualidad, los sentimientos, los hijos, la fe, –apunta– garantiza en gran medida esa elección. Sin embargo, esta base no es suficiente. También hace falta que los novios se preparen con lo que exige la vida matrimonial. El estudio When marriage disappears (Cuando el matrimonio desaparece, 2010), demostró que los matrimonios más estables en EE UU son los de quienes tienen mayor formación académica, pues desde pequeños a estos jóvenes se les ha trazado un camino de éxito muy claro: si quieren llegar lejos, tendrán que dar una serie de pasos, en un orden concreto. En otras palabras, lograr el famoso “sueño americano” no es un tema de suerte, muy por el contrario, exige posponer la recompensa, forjar la disciplina necesaria para concentrarse en la educación y ejercitarse en virtudes como la templanza y la moderación, entre otras. Esto no indica que para casarse haga falta un título universitario, lo que intenta demostrar es que el mismo autocontrol y capacidad de trabajo que hacen posible un grado universitario en 4 EE UU ha entrenado para el éxito matrimonial a quienes hoy en ese país tienen las uniones más sólidas. Por el contrario, quienes no han recibido este entrenamiento, optan con frecuencia por el sexo prematrimonial, viven más embarazos adolescentes, una historia de vida compartida con diferentes parejas, de promiscuidad sexual, de abuso de drogas y de matrimonios a muy temprana edad. TIEMPO COMPARTIDO Se ha vuelto muy frecuente ver que los matrimonios hagan planes de manera independiente, cada uno por su lado. María Luisa Estrada explica que este estilo de vida es muy mal síntoma. “Al casarse se hace una elección llena de aspectos maravillosos, que también conlleva renuncias. El tiempo se vuelve compartido. Hay que aprender a manejarlo de otro modo. Debe existir interacción, comunidad de vida y amor”. Es ese tiempo compartido el que permite a los esposos crecer en el conocimiento mutuo, madurar en el amor y hacer feliz, mucho más feliz, al otro. “Es mejor involucrarse en las cosas del otro, acompañarse siempre que sea posible, sin que eso implique perder una independencia natural y necesaria para actividades más personales, también indispensables para el propio crecimiento y descanso. No quiere decir que no haya algunos momentos para estar solos, pero el matrimonio conlleva estar juntos, hacer cosas juntos, disfrutar juntos”, añade Estrada.

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