martes, 4 de julio de 2017
Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo B (2015). Libertad y fe. «¿También vosotros queréis marcharos?»: es una invitación a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna”. Es necesario evitar cualquier libertad aparente y superficial. Cristo libera al hombre de lo que limita, disminuye o destruye la verdadera libertad, ¡manifestada hasta en condiciones de constricción exterior! La elección de Dios lleva consigo servir al Señor. El servicio en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil”, como en algunos idiomas modernos, sino que indica la gozosa adhesión al proyecto divino. Para aceptar las palabras del Señor hace falta la animación de nuestras vidas por el Espíritu Santo.
1 Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo B (2015). Libertad y fe. «¿También vosotros queréis marcharos?»: es una invitación a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna”. Es necesario evitar cualquier libertad aparente y superficial. Cristo libera al hombre de lo que limita, disminuye o destruye la verdadera libertad, ¡manifestada hasta en condiciones de constricción exterior! La elección de Dios lleva consigo servir al Señor. El servicio en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil”, como en algunos idiomas modernos, sino que indica la gozosa adhesión al proyecto divino. Para aceptar las palabras del Señor hace falta la animación de nuestras vidas por el Espíritu Santo. Cfr. Domingo 21 tiempo ordinario Año B, 23 agosto 2015. Josué 24, 1-2.15-17.18; Efesios 5, 21-32; Juan 6, 60-69 Josué 24, 1 Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquem, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, jueces y escribas que se situaron en presencia de Dios.2 Josué dijo a todo el pueblo: «Esto dice Yahveh el Dios de Israel: Al otro lado del Río habitaban antaño vuestros padres, Téraj, padre de Abraham y de Najor, y servían a otros dioses.15 Pero, si no os parece bien servir a Yahveh, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos a Yahveh.» 16 El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar a Yahveh para servir a otros dioses.17 Porque Yahveh nuestro Dios es el que nos hizo subir, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, y el que delante de nuestros ojos obró tan grandes señales y nos guardó por todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por los que pasamos.18 Además Yahveh expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos y a los amorreos que habitaban en el país. También nosotros serviremos a Yahveh, porque él es nuestro Dios.» Juan 6 60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: « Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? » 61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: « ¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 63 « El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.64 « Pero hay entre vosotros algunos que no creen. » Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. 65 Y decía: « Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre. » 66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.67 Jesús dijo entonces a los Doce: « ¿También vosotros queréis marcharos? » 68 Le respondió Simón Pedro: « Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» LIBERTAD Y FE LA GOZOSA ADHESIÓN AL PROYECTO DIVINO «¿También vosotros queréis marcharos?» (Juan 6, 67, Evangelio de hoy) 1."¿También vosotros queréis marcharos?" es una invitación de amor a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna”. El descubrimiento de la libertad. o a) Una invitación de Jesús y nuestra respuesta La invitación • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1336: El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Juan 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Juan 6,67): esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene "palabras de vida eterna" (Juan 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo. 2 Nuestra respuesta a su pregunta, dispuestos a compartir su vida. • Juan Pablo II, Catequesis 7/01/1987: Concluimos esta catequesis introductoria, recordando que Jesús, en un momento especialmente difícil de la vida de los primeros discípulos, es decir, cuando la cruz se perfilaba cercana y lo abandonaban, hizo a los que se habían quedado con El otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: "¿Queréis iros vosotros también?". Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos, le respondió: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Juan 6,67-69). Que estos apuntes catequéticos puedan hacernos más disponibles para dejarnos interrogar por Jesús, capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su Vida hasta el final. o b) La respuesta es una decisión dramática que se plantea en la historia de todo hombre. • La afirmación del Señor en la sinagoga de Cafarnaún (“El que come carne y bebe mi sangre tiene vida eterna … Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, Juan 6, 54-55), provoca la afirmación de muchos oyentes: “Es dura esta enseñanza”. Lo cual quiere decir que el lenguaje del Señor es duro, intolerable: en el original griego, un lenguaje casi incomprensible, lleno de fantasía, que es incluso ofensivo para la inteligencia de los oyentes (ellos dicen: “¿Quién puede entender esa enseñanza?”). • En la historia de todo hombre se plantea esta decisión dramática: responder ante la persona de Cristo y sus palabras. En el texto del evangelio de hoy, la falta de fe está descrita de modo dramático en el v. 66: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”. Se trata de un alejamiento definitivo del Señor. Ya en la primera Lectura se ve cómo Dios exige una decisión libre de su pueblo. • Cuando el pueblo de Israel está a punto de tomar posesión de la tierra prometida Dios le exige que haga una elección: o Él o los dioses extranjeros (Josué 24, 2.15). E Israel eligió a su Dios. Aunque, como ha observado algún autor, esos dioses extranjeros que habitaban «más allá del río» eran menos exigentes, más cómodos que Yahvé. No pedían que no se matase, que no se robara, que no fueran codiciosos etc. Dios, por el contrario, pidió a su pueblo que le adorase como el Dios único, una adoración que “libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2097). o c) La fe es un acto auténticamente humano que no es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre. • Catecismo de la Iglesia Católica, n. 154: Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por El reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad «presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela» (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con El. Es necesario evitar cualquier libertad aparente y superficial Cristo libera al hombre de lo que limita, disminuye o destruye la verdadera libertad, ¡manifestada hasta en condiciones de constricción exterior! • Redemptor hominis, 12: “Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: «Conoceréis la verdad y la verdad os librará » (Juan 8, 32). Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas 3 raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia. ¡Qué confirmación tan estupenda de lo que han dado y no cesan de dar aquellos que, gracias a Cristo y en Cristo, han alcanzado la verdadera libertad y la han manifestado hasta en condiciones de constricción exterior!”. o d) “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” Cfr. Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, Tomo IV, Domingo 21 del Tiempo Ordinario. La vida sin Cristo, entonces y ahora, no tiene sentido. En el Evangelio de la Misa (cfr. Juan 6,61-70) plantea Jesús a sus discípulos por quién se quieren decidir. Después del anuncio de la Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún, muchos discípulos abandonaron al Maestro porque les perecieron duras de aceptar sus palabras sobre el misterio eucarístico. Jesús se ha quedado con sus más íntimos, y quiere reafirmar la confianza sin condiciones de los suyos. Entonces, el Señor se volvió a los que le habían seguido día tras día, y les preguntó: ¿"También vosotros queréis marcharos"? Y Pedro, en nombre de todos, le dice: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios". Los Apóstoles dicen que sí una vez más a Cristo. ¿Qué va a ser de ellos sin Jesús? ¿A dónde van a encaminar sus pasos? ¿Quién colmaría las ansias de su corazón? La vida sin Cristo, entonces y ahora, no tiene sentido. También nosotros hemos dicho que sí para siempre a Jesús. Hemos abrazado la Verdad, la Vida, el Amor. La libertad que Dios nos ha ganado la hemos dirigido en la única dirección acertada. Aquel día en el que el Señor se fijó de modo particular en nosotros, le confiamos que Él sería la meta a la que se encaminarían nuestros pasos; y después de aquel momento, en otras muchas ocasiones, le hemos dicho: Señor, ¿a quién iremos? Sin Ti nada tiene sentido. Hoy es buena ocasión para examinar cómo es nuestra entrega al Señor, si dejamos con alegría a un lado todo lo que nos aparte del seguimiento del Señor... “¿Quieres tú pensar -yo también hago mi examen- si mantienes inmutable y firme tu elección de Vida? ¿Si al oír esa voz de Dios, amabilísima, que te estimula a la santidad, respondes libremente que sí? “(Es Cristo que pasa 24). Decir que sí al Señor en todas las circunstancias significa también decir no a otros caminos, a otras posibilidades. Él es el Amigo; sólo Él tiene palabras de vida eterna. La libertad no sólo sirve para ir de un lado a otro sin rumbo fijo, sino para caminar hacia un objetivo: ¡Cristo! Como aquellos discípulos que reafirmaron en Cafarnaún su plena adhesión a Cristo, muchos hombres y mujeres de todos los tiempos y razas, después de haber andado quizá largo tiempo en la oscuridad, un día encontraron a Jesús, y vieron abierto y señalizado el camino que les conducía al Cielo, así también ocurrió en nuestra vida; por fin, nuestra libertad no sólo servía ya para ir de un lado a otro sin rumbo fijo, sino para caminar hacia un objetivo: ¡Cristo! Entonces comprendimos el carácter sorprendentemente alegre de la libertad que elige a Jesús y lo que nos acerca a Él, y rechaza lo que nos separa, porque “la libertad no se basta a sí misma: necesita un norte, una guía” (Ibidem 26). El norte de nuestra libertad, lo que marca en todo momento la dirección de nuestros pasos, es el Señor, pues sin Él, ¿a quién iremos?, ¿en qué gastaríamos estos cortos días que Dios nos ha dado?, ¿qué vale la pena sin Él? La libertad se caracteriza por la posibilidad de hacer responsablemente el bien, reconocido y deseable como tal. Para muchos, desgraciadamente, la libertad significa seguir los impulsos o los insultos, dejarse llevar por las pasiones o por los que apetece en un momento dado. En realidad, estos hombres -¡tantos!- están olvidando que “la libertad es ciertamente un derecho humano irrenunciable y básico, pero que ella no se caracteriza por el poder de elegir el mal, sino por la posibilidad de hacer responsablemente el bien, reconocido y deseable como tal” (Juan Pablo II, Alocución 6-VI-1988). Un hombre que tenga un equivocado y pobre concepto de la libertad rechazará toda verdad, que proponga una meta válida y obligatoria para todos los hombres, porque le parecerá como un enemigo de su libertad. o e) La elección de Dios lleva consigo servir al Señor. El servicio en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil”, como en algunos idiomas modernos, sino que indica la gozosa adhesión al proyecto divino. 4 • Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scrittura, Anno B, Piemme 1996 pp. 261-262: Nótese que esa elección lleva consigo, según la expresión del libro de Josué que se ha leído, «servir» al Señor. Pero en el lenguaje bíblico no tiene una acepción “servil” (como en algunos idiomas modernos), sino que indica la libre y gozosa adhesión al proyecto divino; de hecho “siervo” es el título de los máximos personajes bíblicos, de Abraham a Moisés, de Josué a David, de los profetas a la figura mesiánica del “Siervo del Señor” cantado por Isaías (capítulos 42; 49; 50; 53). Y en el Nuevo Testamento María se declara «sierva del Señor» (Lucas 1,38), y «siervo» es llamado incluso el Señor (Hechos 3,13; 4,27). Servir al Señor significa seguir su camino, aceptando su propuesta de vida, significa reconocer su grandeza y su gloria, significa amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (Deuteronomio 6,5), significa creer en él. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que los discípulos de Cristo realizamos nuestra «dignidad regia» viviendo conforme a la vocación de servir con Cristo. Para el cristiano «servir es reinar» y de este modo participamos en la función regia de Cristo. • CEC n. 786: El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (Cf Juan 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo «venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20, 28). Para el cristiano, «servir es reinar» (Lumen gentium, 36.) particularmente «en los pobres y en los que sufren» donde descubre «la imagen de su Fundador pobre y sufriente» (Lumen gentium, 8). El pueblo de Dios realiza su «dignidad regia» viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo. La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón (S. León Magno, serm. 4, 1)? 2. Jesús dice claramente que para la aceptación de sus palabras – ejercitando nuestra libertad - hace falta la animación de nuestras vidas por el Espíritu Santo. o “El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (v. 63). • Jesús, por otra parte, dice claramente para aceptar sus palabras hace falta la animación de nuestras vidas por el Espíritu Santo: “El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (v. 63). La capacidad de ver - de creer y aceptar las palabras de Jesús – no pertenece al mundo de la “carne”, entendiendo por “carne” el hombre en su condición criatural, dominado por la fragilidad, por la precariedad de la condición natural. Hace falta “renacer” en el Espíritu (como enseñó Jesús a Nicodemo). Sin el don del Espíritu no hay posibilidad de relacionarnos con Jesús. Con palabras del mismo Jesús: “nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre” (v.65). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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