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Domingo 15 del tiempo ordinario, Ciclo C. 11 de julio de 2010. La caridad. El prójimo: la
parábola del buen samaritano. ¿Quién fue el prójimo de quien cayó en manos de los bandidos?
Cfr. 15 Tiempo ordinario Ciclo C 11 julio 2010
Deuteronomio 30, 10-14; Colosenses 1, 15-20; Lucas 10, 25-37
¿Quién fue el prójimo de quien cayó en manos de los bandidos?
Lucas 10, 25-37 En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: -
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: - «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en
ella?» Él contestó: - «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con
todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. » Él le dijo: - «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.» 29 Pero el maestro
de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: - «¿Y quién es mi prójimo?»
30 Jesús dijo: - «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo
molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. 31 Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y,
al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 32 Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó
de largo. 33 Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, 34 se le acercó, le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.
35 Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: -"Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo
pagaré a la vuelta." 36 ¿Cuál de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» 37
Él contestó: - «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús: - «Anda, haz tú lo mismo.»
1. La pregunta del Maestro de la Ley: «¿Quién es mi prójimo?» (v. 29) es diferente a
la pregunta de Jesús: ¿quién fue el prójimo del que cayó en manos de los
bandidos? (v. 36), es decir, ¿quién se hizo prójimo del necesitado?
o a) La pregunta del maestro de la ley
• Respondía a un problema que preocupaba mucho en el ambiente judío de aquel tiempo. «Los más
generosos llegaban a poner, en la categoría de prójimo, todos los connacionales y los prosélitos, es decir los
gentiles que habían dado su adhesión al judaísmo. Otros restringían el campo, excluyendo de la categoría de
prójimo quien al enemigo personal, quien (como los fariseos) a los que no pertenecían al propio partido,
quien (como lo Esenios) excluían los llamados «hijos de las tinieblas». Por tanto, el sentido de la pregunta
era el siguiente: ¿hasta donde me empuja la obligación de amar al prójimo? La pregunta recuerda la de
Pedro: ¿Cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?» (cfr. Raniero
Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999, pp. 195-196). La pregunta parece ser fría, con
tendencia a delinear confines, a distinguir y separar.
o b) La pregunta de Jesús es diferente.
• Cfr. Raniero Cantalamessa, o.c. p. 197: Se puede encontrar una diferencia radical: ¿Cómo puedo
comportarme como prójimo? ¿Cómo puedo hacerme prójimo? «La categoría de prójimo es universal, no
particular. Tiene el hombre como horizonte, no el círculo familiar, de raza o religioso; el hombre por sí
mismo, no por lo que tiene de añadido a su realidad»
• Cfr. coment. Biblia de Jerusalén a Rom 13,9: Rom 13,9: el prójimo no es como en el Levítico (19,18) el
miembro del mismo pueblo, sino todos los miembros de la familia humana, unificada en Cristo: Gálatas 3,
28; Mateo 25,40.
Lo nuevo en la parábola. Prójimo es lo que cada uno de nosotros está
llamado a convertirse: la cuestión que hay que plantearse no es: «¿Quién
es mi prójimo?», sino: «¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora,
aquí?».
• Raniero Cantalamessa, El buen samaritano, Zenit 13 julio 2007: Pero lo verdaderamente nuevo, en
la parábola del buen samaritano, no es que en ella Jesús exija un amor universal y concreto. La auténtica
novedad, observa el Papa en su libro 1
, está en otro punto. Después de narrar la parábola, Jesús pregunta al
doctor de la ley que le había interrogado: «¿Quién de estos tres [el levita, el sacerdote, el samaritano] te
parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?».
Jesús opera una inversión inesperada respecto al concepto tradicional de prójimo. Prójimo es el
samaritano, no el herido, como nos habríamos esperado. Esto significa que no hay que esperar pasivamente a
1
Cfr. Joseph Ratzinger-Benedicto XVI , Gesù di Nazaret
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que el prójimo se cruce en nuestro camino, tal vez con luces de emergencia y alarmas. Nos toca a nosotros
estar dispuestos a percibir quién es, a descubrirle. ¡Prójimo es aquello a lo que cada uno de nosotros está
llamado a convertirse! El problema del doctor de la ley aparece derribado; de problema abstracto y
académico, se hace problema concreto y operativo. La cuestión que hay que plantearse no es: «¿Quién es mi
prójimo?», sino: «¿De quién me puedo hacer prójimo, ahora, aquí?».
• Nuevo Testamento, Eunsa 2002, nota a Lucas 10, 25-37: “Cristo, con la parábola del buen samaritano,
agranda los horizontes de ese amor que se había empequeñecido en un ambiente legalista: el prójimo no es
sólo aquel con el que tenemos alguna afinidad - sea de parentesco, de raza, de religión, etc. – sino todo aquel
que necesita de nuestra ayuda, sin distinción de raza, religión, etc.; el horizonte se alarga hasta abarcar a todo
ser humano, hijo, como cada uno de nosotros, del mismo Padre Dios”.
2. Catecismo de la Iglesia Católica
o El deber de hacerse prójimo de los demás
• n. 1825: Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (Cfr Rm 5,10). El
Señor nos pide que amemos como El hasta a nuestros enemigos (Cf Mt 5, 44), que nos hagamos
prójimos del más lejano (Cf Lc 10, 27-37). (...)
• n. 1932: El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más acuciante
todavía cuando éstos están más necesitados en cualquier sector de la vida humana. «Cuanto hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
3. Amigos de Dios, 157
o Tanto si hemos de curar como si hemos de recibir asistencia, no caben
inhibiciones: no se resuelven los problemas con omisiones o retrasos.
¿Os acordáis de la parábola del buen samaritano? Ha quedado aquel hombre tumbado en el camino,
malherido por los ladrones que le han robado hasta el último céntimo. Cruzan por ese lugar un sacerdote de
la Antigua Ley y, poco después, un levita; los dos siguen su marcha sin preocuparse. Pasó a continuación un
viajero, de nación samaritana, se acercó y, viendo lo que sucedía, se movió a compasión. Arrimándose,
vendó las heridas después de haberlas limpiado con aceite y vino, puso al enfermo sobre su cabalgadura, le
condujo al mesón y cuidó de él en todo (Lc 10, 33-34). Fijaos en que no es éste un ejemplo que el Señor
expone sólo para pocas almas selectas, porque enseguida añadió, contestando al que le había preguntado —a
cada uno de nosotros—: anda, y haz tú lo mismo (Lc 10, 37).
Por lo tanto, cuando en nuestra vida personal o en la de los otros advirtamos algo que no va, algo que
necesita del auxilio espiritual y humano que podemos y debemos prestar los hijos de Dios, una manifestación
clara de prudencia consistirá en poner el remedio oportuno, a fondo, con caridad y con fortaleza, con
sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones o con retrasos se resuelven
los problemas.
La prudencia exige que, siempre que la situación lo requiera, se emplee la medicina, totalmente y sin
paliativos, después de dejar al descubierto la llaga. Al notar los menores síntomas del mal, sed sencillos,
veraces, tanto si habéis de curar como si habéis de recibir esa asistencia. En esos casos se ha de permitir, al
que se encuentra en condiciones de sanar en nombre de Dios, que apriete desde lejos, y a continuación más
cerca, y más cerca, hasta que salga todo el pus, de modo que el foco de infección acabe bien limpio. En
primer lugar hemos de proceder así con nosotros mismos, y con quienes, por motivos de justicia o de
caridad, tenemos obligación de ayudar: encomiendo especialmente a los padres, y a los que se dedican a
tareas de formación y de enseñanza.
4. ¿Es fácil o difícil amar a todos hasta a los enemigos?
• Frecuentemente la respuesta a esta pregunta es que eso es difícil, muy difícil, e, incluso, imposible.
• Por esto, es de suma actualidad recordar algo que es básico en la doctrina de fe cristiana, es decir,
que es el amor de Dios el que nos hace buenos, y nos hace amar como él nos ha amado, ya que es la fuente
de todo bien y de todo amor.
o Benedicto XVI, Deus caritas est
n. 14: La «mística» del Sacramento [de la Eucaristía] tiene un carácter social, porque en la comunión
sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así
nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san
Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se
3
entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que
son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la
unidad con todos los cristianos. Nos hacemos «un cuerpo», aunados en una única existencia. Ahora, el
amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende,
pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios
nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros. Sólo a partir de este
fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor.
El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de
este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente,
paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos se compenetran
recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la
contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el «culto» mismo, en la comunión
eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un
ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más
detalladamente aún—, el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor
puede ser «mandado» porque antes es dado.
n. 15: La parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones
importantes. Mientras el concepto de «prójimo» hasta entonces se refería esencialmente a los conciudadanos
y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o
de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo
pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a
todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en
sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de
interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros.
n. 17: Él nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder
también con el amor. Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él
nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este «antes» de Dios puede nacer también en
nosotros el amor como respuesta.
• n. 18: Es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste
justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera
conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha
convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta
otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi
amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de
atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal
vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas
necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.
• n. 18: Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero
ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un
«mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro,
un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del
amor. El amor es «divino» porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso
unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola
cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos» (cf. 1 Co 15, 28).
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