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La catequesis. Homilía de Papa Francisco en el Jubileo de los Catequistas (25/09/2016). El
centro de la fe: el Señor ha resucitado. A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer,
nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o
moral. El rico del Evangelio de hoy sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su
mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro,
porque no le importa lo que sucede fuera. Ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a
inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te
ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana».
Cfr. Papa Francisco, Homilía en el Jubileo de los Catequistas (25/09/2016)
Domingo 26 del tiempo ordinario Ciclo C
1. La catequesis. El centro de la fe, el anuncio principal: el Señor ha resucitado.
«Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las
decepciones y heridas de la vida, dale la posibilidad de amarte. No te
defraudará».
El Apóstol Pablo, en la segunda lectura, dirige a Timoteo, y también a nosotros, algunas
recomendaciones muy importantes para él. Entre otras, pide que se guarde «el mandamiento sin mancha ni
reproche» (1Tm 6,14). Habla sencillamente de un mandamiento. Parece que quiere que tengamos nuestros
ojos fijos en lo que es esencial para la fe. San Pablo, en efecto, no recomienda una gran cantidad de puntos y
aspectos, sino que subraya el centro de la fe. Ese centro, alrededor del cual gira todo, ese corazón que late y
da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama,
ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días. Nunca debemos olvidarlo.
En este Jubileo de los catequistas, se nos pide que no dejemos de poner por encima de todo el anuncio
principal de la fe: el Señor ha resucitado. No hay un contenido más importante, nada es más sólido y actual.
Cada aspecto de la fe es hermoso si permanece unido a ese centro, si está permeado por el anuncio pascual.
En cambio, si se le aísla, pierde sentido y fuerza. Estamos llamados a vivir y a anunciar la novedad del amor
del Señor: «Jesús te ama de verdad, tal y como eres. Déjale entrar: a pesar de las decepciones y heridas de la
vida, dale la posibilidad de amarte. No te defraudará».
2. A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca
imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna
obligación religiosa o moral.
El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del
testimonio sencillo y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se
difunde.
El mandamiento del que habla san Pablo nos lleva a pensar también en el mandamiento nuevo de
Jesús: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). A Dios-Amor se le anuncia amando:
no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna
obligación religiosa o moral. A Dios se le anuncia encontrando a las personas, teniendo en cuenta su historia
y su camino. El Señor no es una idea, sino una persona viva: su mensaje llega a través del testimonio sencillo
y veraz, con la escucha y la acogida, con la alegría que se difunde. No se anuncia bien a Jesús cuando se está
triste; tampoco se transmite la belleza de Dios haciendo sólo bonitos sermones. Al Dios de la esperanza se le
anuncia viviendo hoy el Evangelio de la caridad, sin miedo a dar testimonio de él incluso con nuevas formas
de anuncio.
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Significado de amar. Evitar algunos peligros.
o El rico del Evangelio de hoy sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de
ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos.
No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le
importa lo que sucede fuera.
En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el
alma.
El Evangelio de este domingo nos ayuda a entender qué significa amar, sobre todo a evitar algunos
peligros. En la parábola se habla de un hombre rico que no se fija en Lázaro, un pobre que «estaba echado a
su puerta» (Lc 16,20). El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene
una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas» (ibíd.): este rico sufre una
fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve
más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. No ve con los
ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma. La
mundanidad es como un «agujero negro» que engulle el bien, que apaga el amor, porque lo devora todo en el
propio yo. Entonces se ve sólo la apariencia y no se fija en los demás, porque se vuelve indiferente a todo.
Quien sufre esta grave ceguera adopta con frecuencia un comportamiento «estrábico»: mira con deferencia a
las personas famosas, de alto nivel, admiradas por el mundo, y aparta la vista de tantos Lázaros de ahora, de
los pobres y los que sufren, que son los predilectos del Señor.
3. El Señor mira a los que el mundo abandona y descarta.
Pero el Señor mira a los que el mundo abandona y descarta. Lázaro es el único personaje de las
parábolas de Jesús al que se le llama por su nombre. Su nombre significa «Dios ayuda». Dios no lo olvida, lo
acogerá en el banquete de su Reino, junto a Abraham, en una profunda comunión de afectos. El hombre rico,
en cambio, no tiene siquiera un nombre en la parábola; su vida cae en el olvido, porque el que vive para sí no
construye la historia. ¡Y un cristiano debe construir la historia! Debe salir de sí mismo para construir la
historia. Quien vive para sí no construye la historia. La insensibilidad de hoy abre abismos infranqueables
para siempre. Y nosotros hemos caído, en este momento, en la enfermedad de la indiferencia, del egoísmo,
de la mundanidad.
4. La vida del hombre rico sin nombre se describe como opulenta y presuntuosa:
es una continua reivindicación de necesidades y derechos.
La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta con gran dignidad: de su
boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas.
o Como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde
de apariencia ni buscar la gloria; tampoco podemos estar tristes y
disgustados.
El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver
más lejos, tiene horizontes, no tiene un muro que lo encierra; ve más
lejos porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas.
Ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a
inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin
delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana, hoy
no tengo tiempo, te ayudaré mañana».
En la parábola vemos otro aspecto, un contraste. La vida de ese hombre sin nombre se describe como
opulenta y presuntuosa: es una continua reivindicación de necesidades y derechos. Incluso después de la
muerte insiste para que lo ayuden y pretende su interés. La pobreza de Lázaro, sin embargo, se manifiesta
con gran dignidad: de su boca no salen lamentos, protestas o palabras despectivas. Es una valiosa lección:
como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de apariencia ni buscar la gloria;
tampoco podemos estar tristes y disgustados. No somos profetas de desgracias que se complacen en
denunciar peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran en su ambiente, lanzando juicios
amargos contra la sociedad, contra la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad. El
escepticismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios.
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El que proclama la esperanza de Jesús es portador de alegría y sabe ver más lejos, tiene horizontes,
no tiene un muro que lo encierra; ve más lejos porque sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Al
mismo tiempo, ve bien de cerca, pues está atento al prójimo y a sus necesidades. El Señor nos lo pide hoy:
ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y
ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana».
Y eso es un pecado. El tiempo para ayudar es tiempo regalado a Jesús, es amor que permanece: es nuestro
tesoro en el cielo, que nos ganamos aquí en la tierra.
5. Que Jesús nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, que
nos vuelva sensibles a los pobres.
En conclusión, queridos catequistas y queridos hermanos y hermanas, que el Señor nos conceda la
gracia de vernos renovados cada día por la alegría del primer anuncio: Jesús ha muerto y resucitado, Jesús
nos ama personalmente. Que nos dé la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor, superando la
ceguera de la apariencia y las tristezas del mundo. Que nos vuelva sensibles a los pobres, que no son un
apéndice del Evangelio, sino una página central, siempre abierta a todos.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
viernes, 24 de febrero de 2017
La catequesis. Homilía de Papa Francisco en el Jubileo de los Catequistas (25/09/2016). El centro de la fe: el Señor ha resucitado. A Dios-Amor se le anuncia amando: no a fuerza de convencer, nunca imponiendo la verdad, ni mucho menos aferrándose con rigidez a alguna obligación religiosa o moral. El rico del Evangelio de hoy sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. Ante los muchos Lázaros que vemos, estamos llamados a inquietarnos, a buscar caminos para encontrar y ayudar, sin delegar siempre en otros o decir: «Te ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo, te ayudaré mañana».
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