Ø Domingo 8º del Tiempo Ordinario, Ciclo A (26 de febrero de 2017). La esperanza cristiana. ¿Qué
quiere decir el Señor con las
palabras “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se
os darán por añadidura”? La búsqueda del Reino de Dios incluye también nobles realidades humanas. Aquellas palabras
del Señor, que ordena a los siervos de la parábola: “Negociad los talentos
hasta que vuelva” (Lc 19, 13), no pueden ser entendidas en un sentido meramente
espiritualista, como si el hombre fuera sólo alma. El abandono en la
providencia de Dios y el desprendimiento, no suponen una alienación del mundo
sino el descubrimiento de valores más profundos. La auténtica fe implica un
profundo deseo de cambiar el mundo. Cristo nos previene frente al peligro de
trastocar el orden de valores y amar a las criaturas por encima del Creador.
Pero también nos advierte del peligro de la pereza y de la cobardía, del
peligro de enterrar en tierra el talento otorgado por el Señor. En el
desarrollo humano todos debemos ser protagonistas. El trabajo: vínculo de unión
con los demás y participación en la obra creadora de Dios.
v Cfr. Domingo 8º del Tiempo Ordinario Ciclo A
26
de febrero de 2017
Isaías
49, 14-15; Salmo 61; 1 Corintios 4, 1-5; Mateo 6, 24-34
Mateo 6, 24-34: 24 Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá
aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y
menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas. 25 Por eso
os digo: No os preocupéis por vuestra
vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale
más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? 26 Fijaos en las aves del Cielo,
que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial
las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? 27 ¿Quién de
vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad? 28 Y acerca
del vestir, ¿por qué preocuparos? Contemplad
los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, 29 y yo os
digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. 30 Si a
la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así,
¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! 31 No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer, qué
vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? 32 Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre Celestial que de
todo eso estáis necesitados.33 Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su
justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. 34 Por tanto, no os
preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A
cada día le basta su contrariedad.
Buscad, pues, primero el
Reino de Dios y su justicia,
y todo lo demás se os dará
por añadidura.
(Mateo 6, 33)
Descansa sólo en Dios, alma
mía, porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi
salvación, mi alcázar: no vacilaré
(Salmo responsorial, 61, 2-3.6-7. 8-9AB)
1. LA ESPERANZA CRISTIANA
Cfr. San Juan
Pablo II, Homilía para las familias
indígenas, Viaje a México, 11 de mayo de 1990
v Jesús nos habla, en el evangelio de hoy, de la providencia divina y de la esperanza.
Cfr. Mateo
6, 24-34
De
esta providencia divina nos habla también Jesús en el evangelio: “Mirad las
aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro
padre celestial las alimenta... Observad los lirios del campo, cómo crecen...
Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así
la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?” (Mt
6, 26. 28. 30).
Estas
palabras de Cristo constituyen un llamado a la esperanza. Si Dios se preocupa
con paterna solicitud de las aves del cielo; si Dios viste a las hierbas del
campo, ¿cómo dejará de preocuparse por el hombre? ¿Cómo podría abandonar a la
única criatura de la tierra que ha amado por sí misma? (cf. Gaudium
et spes, 24)
o La esperanza cristiana tiene una meta que está más allá de esta vida, pero es también esperanza para esta vida. Nada de lo que se puede y debe realizar mediante el esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de la historia, para hacer " más humana " la vida de los hombres, se habrá perdido ni habrá sido en vano.
§ “La Iglesia sabe bien que ninguna realidad temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva.
Pero la espera no podrá ser nunca una excusa para
desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida.
La
esperanza cristiana tiene, ante todo, una meta que está más allá de esta vida;
es la virtud por la que ponemos nuestra confianza en Dios, el cual nos dará las
gracias que necesitamos para llegar al cielo. Es allí, sobre todo, donde se
harán realidad las palabras: “Convertiré todos mis montes en caminos, y mis
calzadas serán levantadas” (Is 49, 11). “No tendrán hambre ni sed, ni
les hará daño el bochorno ni el sol, pues el que tiene piedad de ellos los
conducirá y a manantiales de agua los guiará” (Ibíd. 49, 10).
Sin
embargo, la esperanza cristiana es también esperanza para esta vida.
Dios quiere la felicidad de sus hijos, también aquí en este mundo.
“La
Iglesia —he escrito en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”— sabe bien que
ninguna realidad temporal se identifica con el Reino de Dios, pero que todas
ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo anticipar la gloria de ese
Reino, que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva. Pero la
espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su
situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional, en
la medida en que ésta —sobre todo ahora— condiciona a aquella. Aunque
imperfecto y provisional, nada de lo que se puede y debe realizar mediante el
esfuerzo solidario de todos y la gracia divina en un momento dado de la historia,
para hacer " más humana " la vida de los hombres, se habrá perdido ni
habrá sido en vano” (Sollicitudo
Rei Socialis, 48).
v ¿Qué quiere decir el Señor con las palabras “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”?.
o La búsqueda del Reino de Dios incluye también nobles realidades humanas. Aquellas palabras del Señor, que ordena a los siervos de la parábola: “Negociad los talentos hasta que vuelva” (Lc 19, 13), no pueden ser entendidas en un sentido meramente espiritualista, como si el hombre fuera sólo alma.
“Buscad
primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura”. (Mt 6, 33) ¿Qué quiere decir el Señor con estas palabras?
¿En qué consiste este objetivo primordial? ¿Qué hemos de hacer para buscar, en
primer lugar, el Reino de Dios?
Conocéis
bien la respuesta. Sabéis que para alcanzar la vida eterna es preciso cumplir
los mandamientos, es preciso vivir de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, que
nos son transmitidas continuamente por su Iglesia. Por eso, queridos hermanos,
os animo a comportaros siempre como buenos cristianos, a cumplir los
mandamientos, a asistir a misa los domingos, a cuidar vuestra formación cristiana
acudiendo a las catequesis que vuestros pastores imparten, a confesaros con
frecuencia, a trabajar, a ser buenos padres y esposos fieles, a ser buenos
hijos. No caigáis en la seducción de los vicios, como el abuso del alcohol, que
tantos estragos causa: ni prestéis vuestra colaboración al narcotráfico, causa
de la destrucción de tantas personas en el mundo.
Y,
acompañando ese esfuerzo por vivir cristianamente, habrá también un empeño por
mejorar vuestra situación humana en sus más variados aspectos: cultural,
económico, social y político. La búsqueda del Reino de Dios incluye también
esas nobles realidades humanas. Aquellas palabras del Señor, que ordena a los
siervos de la parábola: “Negociad los talentos hasta que vuelva” (Lc 19,
13), no pueden ser entendidas en un sentido meramente espiritualista, como si
el hombre fuera sólo alma.
§ Cristo nos previene frente al peligro de trastocar el orden de valores y amar a las criaturas por encima del Creador. Pero también nos advierte del peligro de la pereza y de la cobardía, del peligro de enterrar en tierra el talento otorgado por el Señor. En el desarrollo humano todos debemos ser protagonistas.
Cristo
nos previene frente al peligro de trastocar el orden de valores y amar a las
criaturas por encima del Creador: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt
6, 24); pero también nos advierte del peligro de la pereza y de la cobardía,
del peligro de enterrar en tierra el talento otorgado por el Señor (cf. Ibíd.
25, 25). El desarrollo humano contribuye a la instauración del Reino (Gaudium
et spes, 39). Y en ese desarrollo, cada uno debe ser protagonista (Populorum
progressio, 55).
Deben
serlo en primer lugar, aquellos a quienes incumbe una mayor responsabilidad
social o posibilidades económicas. Estos han de recordar que son sólo
administradores de esos bienes y que deberán dar cuenta de su administración
(cf. Lc 16, 2).
Han
de ser igualmente protagonistas los menos favorecidos. Lo que he escrito en la
Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis” haciendo referencia a los países (cf. Sollicitudo Rei Socialis,
44) , ha de aplicarse también a los individuos: el desarrollo humano exige
espíritu de iniciativa por parte de las mismas personas que lo necesitan. Cada
uno debe actuar de acuerdo con su propia responsabilidad, sin esperar todo de
las estructuras sociales, asistenciales, o políticas, o de la ayuda de otras
personas con más posibilidades. “Cada uno debe descubrir y aprovechar lo mejor
posible el espacio de su propia libertad. Cada uno debería llegar a ser capaz
de iniciativas que respondan a las propias exigencias de la sociedad” (Ibíd.).
Por
tanto, queridos hermanos y hermanas, habéis de esforzaros en poner los medios
que estén a vuestro alcance sabiendo, por otra parte, que hemos puesto en Dios
toda nuestra confianza: “¿Quién de vosotros puede por más que se preocupe,
añadir una hora al tiempo de su vida?” (Mt 6, 27).
2. El trabajo: vínculo de unión con los demás. Fuente de recursos para sostener la propia familia y medio de contribuir a la mejora de la sociedad.
v El trabajo: participación en la obra creadora de Dios
Cfr. San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa,
47
El
trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él
aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de
la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos
de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en
sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no
han leído bien la Escritura Santa.
Es
hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y
que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según
los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El
trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su domino
sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es
vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la
propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se
vive, y al progreso de toda la Humanidad.
Para
un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo
aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al
hombre, lo bendijo diciéndole: Procread y multiplicaos y henchid la tierra y
sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo
animal que se mueve sobre la tierra (Génesis
1,28). Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se
nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que
el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y
santificadora.
v El trabajo: ayuda a quien tiene necesidad
Cfr. Ibid.
Es Cristo que pasa, 49
El
trabajo profesional es también apostolado, ocasión de entrega a los demás
hombres, para revelarles a Cristo y llevarles hacia Dios Padre, consecuencia de
la caridad que el Espíritu Santo derrama en las almas. Entre las indicaciones,
que San Pablo hace a los de Éfeso, sobre cómo debe manifestarse el cambio que
ha supuesto en ellos su conversión, su llamada al cristianismo, encontramos
ésta: el que hurtaba, no hurte ya, antes bien trabaje, ocupándose con sus
manos en alguna tarea honesta, para tener con qué ayudar a quien tiene
necesidad (Efesios 4, 28)..
Los hombres tienen necesidad del pan de la tierra que sostenga sus vidas, y
también del pan del cielo que ilumine y dé calor a sus corazones. Con vuestro trabajo mismo, con las iniciativas que se promuevan a partir de esa tarea, en
vuestras conversaciones, en vuestro trato, podéis y debéis concretar ese
precepto apostólico.
Si
trabajamos con este espíritu, nuestra vida, en medio de las limitaciones
propias de la condición terrena, será un anticipo de la gloria del cielo, de
esa comunidad con Dios y con los santos, en la que sólo reinará el amor, la
entrega, la fidelidad, la amistad, la alegría. En vuestra ocupación
profesional, ordinaria y corriente, encontraréis la materia —real, consistente,
valiosa— para realizar toda la vida cristiana, para actualizar la gracia que
nos viene de Cristo.
En
esa tarea profesional vuestra, hecha cara a Dios, se pondrán en juego la fe, la
esperanza y la caridad. Sus incidencias, las relaciones y problemas que trae
consigo vuestra labor, alimentarán vuestra oración. El esfuerzo para sacar
adelante la propia ocupación ordinaria, será ocasión de vivir esa Cruz que es
esencial para el cristiano. La experiencia de vuestra debilidad, los fracasos
que existen siempre en todo esfuerzo humano, os darán más realismo, más
humildad, más comprensión con los demás. Los éxitos y las alegrías os invitarán
a dar gracias, y a pensar que no vivís para vosotros mismos, sino para el
servicio de los demás y de Dios.
3. La auténtica fe implica un profundo deseo de cambiar el mundo
Cfr. Papa
Francisco, Evangelii gaudium, n. 183
·
“Una
auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo
deseo de cambiar el
mundo, de
transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra.
Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad
que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas,
con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos
hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea
principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en
la lucha por la justicia» (Benedicto
XVI, Carta enc. Deus caritas est , n. 28, 25 diciembre 2005). Todos
los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la
construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social
de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción
transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota
del corazón amante de Jesucristo”.
Vida
Cristiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.