jueves, 23 de febrero de 2017
Los actos de culto son inútiles si se realizan sin las correspondientes disposiciones morales, especialmente en las relaciones con el prójimo. Un llamamiento breve pero apremiante a la reconciliación fraterna.
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Los actos de culto son inútiles si se realizan sin las correspondientes disposiciones
morales, especialmente en las relaciones con el prójimo. Un llamamiento breve
pero apremiante a la reconciliación fraterna.
Benedicto XVI, Homilía, en la consagración del nuevo altar de la Catedral de
Albano
21 septiembre 2008
o Grande debe ser nuestra alegría al saber que sobre el altar que nos
disponemos a consagrar se ofrecerá cada día el sacrificio de Cristo; ¡sobre
este altar él seguirá inmolándose, en el sacramento de la Eucaristía, por
nuestra salvación y por la de todo el mundo!
La celebración de hoy es muy rica en símbolos y la Palabra de Dios que se ha proclamado nos ayuda
a comprender el significado y el valor de lo que estamos realizando. En la primera lectura hemos escuchado
el relato de la purificación del Templo y de la dedicación del nuevo altar de los holocaustos por obra de
Judas Macabeo en el año 164 antes de Cristo, tres años después de que el Templo fuera profanado por
Antíoco Epifanes (cf. 1 M 4, 52-59). En recuerdo de aquel acontecimiento se instituyó la fiesta de la
Dedicación, que duraba ocho días. Esa fiesta, unida inicialmente al Templo a donde el pueblo iba en
procesión para ofrecer sacrificios, también se engalanaba con la iluminación de las casas y sobrevivió, bajo
esta forma, después de la destrucción de Jerusalén.
El autor sagrado subraya con razón la alegría y la felicidad que caracterizaron aquel acontecimiento.
Pero, queridos hermanos y hermanas, ¡cuánto más grande debe ser nuestra alegría al saber que sobre el altar
que nos disponemos a consagrar se ofrecerá cada día el sacrificio de Cristo; sobre este altar él seguirá
inmolándose, en el sacramento de la Eucaristía, por nuestra salvación y por la de todo el mundo! En el
misterio eucarístico, que se renueva en todos los altares, Jesús se hace realmente presente. Su presencia es
dinámica; nos abraza para hacernos suyos, para configurarnos con él; nos atrae con la fuerza de su amor,
haciéndonos salir de nosotros mismos para unirnos a él, haciéndonos uno con él.
o Todos juntos formamos la Iglesia de Cristo, el edificio espiritual del que habla
san Pedro.
La presencia real de Cristo hace de cada uno de nosotros su "casa", y todos juntos formamos su
Iglesia, el edificio espiritual del que habla san Pedro. "Acercándoos a él, piedra viva desechada por los
hombres, pero elegida, preciosa ante Dios —escribe el Apóstol—, también vosotros, cual piedras vivas,
entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (1 P 2, 4-5).
Nos convertimos en casa de Dios cuando nos unimos unos a otros
mediante la caridad
Casi desarrollando esta hermosa metáfora, san Agustín observa que, mediante la fe, los hombres son
como tablas y piedras tomadas de bosques y montes para la construcción; mediante el bautismo, la catequesis
y la predicación, son tallados, labrados y escuadrados; pero sólo se convierten en casa de Dios cuando se
unen unos a otros mediante la caridad. Cuando los creyentes se unen entre sí dentro de un cierto orden,
yuxtaponiéndose y combinándose estrechamente en la caridad, entonces se convierten de verdad en casa de
Dios, y no hay peligro de que se desplome (cf. Serm. 336).
La caridad es la energía espiritual que nos une a todos; el altar ha de
ser una invitación constante al amor.
Por tanto, el amor de Cristo, la caridad "que no acaba nunca" (1 Co 13, 8), es la energía espiritual
que une a todos los que participan en el mismo sacrificio y se alimentan del único Pan partido para la
salvación del mundo. En efecto, ¿es posible comulgar con el Señor si no comulgamos entre nosotros? Así
pues, no podemos presentarnos ante el altar de Dios divididos, separados unos de otros. Este altar, sobre el
que dentro de poco se renovará el sacrificio del Señor, ha de ser para vosotros, queridos hermanos y
hermanas, una invitación constante al amor; debéis acercaros siempre a él con el corazón dispuesto a acoger
el amor y a difundirlo, a recibir el perdón y a concederlo.
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o Los actos de culto son inútiles si se realizan sin las correspondientes
disposiciones morales, especialmente en las relaciones con el prójimo. Un
llamamiento breve pero apremiante a la reconciliación fraterna.
A este propósito, el relato evangélico que acaba de proclamarse (cf. Mt 5, 23-24) nos ofrece una
importante lección de vida. Es un llamamiento, breve pero apremiante, a la reconciliación fraterna,
reconciliación indispensable para presentar dignamente la ofrenda ante el altar; una exhortación que retoma
la enseñanza ya bien presente en la predicación profética. En efecto, también los profetas denunciaban con
vigor la inutilidad de los actos de culto realizados sin las correspondientes disposiciones morales,
especialmente en las relaciones con el prójimo (cf. Is 1, 10-20; Am 5, 21-27; Mi 6, 6-8). Por tanto, cada vez
que os acerquéis al altar para la celebración eucarística, debéis abrir vuestro corazón al perdón y a la
reconciliación fraterna, dispuestos a aceptar las excusas de quienes os han herido; dispuestos, por vuestra
parte, a perdonar.
El corazón contrito y el espíritu humilde es el sacrificio agradable en
la presencia del Señor
En la liturgia romana el sacerdote, una vez realizada la ofrenda del pan y del vino, inclinado hacia el
altar reza en voz baja: "Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy
nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia". Así, se prepara para entrar, con toda la asamblea de
los fieles, en el corazón del misterio eucarístico, en el corazón de la liturgia celestial a la que hace referencia
la segunda lectura, tomada del Apocalipsis. San Juan presenta a un ángel que ofrece "muchos perfumes para
unirlos a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro colocado delante del trono" (Ap 8, 3).
El altar del sacrificio es el punto de encuentro entre el cielo y la tierra,
en nuestra condición de peregrinos hacia la vida eterna, en medio de
las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
En cierto modo, el altar del sacrificio se convierte en el punto de encuentro entre el cielo y la tierra;
el centro —podríamos decir— de la única Iglesia que es celestial y al mismo tiempo peregrina en la tierra,
donde, en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, los discípulos del Señor anuncian
su pasión y su muerte hasta que vuelva en la gloria (cf. Lumen gentium, 8). Más aún, cada celebración
eucarística anticipa ya la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre el mundo, y muestra en el misterio el
esplendor de la Iglesia, "esposa inmaculada del Cordero inmaculado, esposa a la que Cristo amó y se entregó
por ella para santificarla" (ib., n. 6).
o El rito de la consagración del altar es un compromiso para crecer en la
caridad y en la entrega apostólica: se trata de testimoniar con la vida nuestra
fe en Cristo y nuestra confianza total en él.
El rito que nos disponemos a llevar a cabo en esta catedral, que hoy admiramos en su renovada
belleza y que con razón queréis hacer cada vez más bella y acogedora, suscita en nosotros estas reflexiones.
Este compromiso os implica a todos y exige, en primer lugar, que toda la comunidad diocesana crezca en la
caridad y en la entrega apostólica y misionera. En concreto, se trata de testimoniar con la vida vuestra fe en
Cristo y la confianza total que depositáis en él. También se trata de cultivar la comunión eclesial, que es ante
todo un don, una gracia, fruto del amor libre y gratuito de Dios, es decir, algo divinamente eficaz, siempre
presente y operante en la historia, más allá de toda apariencia contraria. Pero la comunión eclesial es también
una tarea confiada a la responsabilidad de cada uno. Que el Señor os conceda vivir una comunión cada vez
más convencida y activa, en colaboración y con corresponsabilidad en todos los niveles: entre presbíteros,
consagrados y laicos, entre las diversas comunidades cristianas de vuestro territorio y entre las diferentes
asociaciones laicales.
(…)
www.parroquiasantamonica.com
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