jueves, 23 de febrero de 2017
La preeminencia de la caridad. «Llevad los unos las cargas de los otros». El que hostiliza a su hermano que está en dificultades, el que le pone asechanzas en su debilidad, sea cual fuere esta debilidad, se somete a la ley del diablo y la cumple.
La preeminencia de la caridad. «Llevad los unos las cargas de los otros». El
que hostiliza a su hermano que está en dificultades, el que le pone asechanzas
en su debilidad, sea cual fuere esta debilidad, se somete a la ley del diablo y la
cumple.
Cfr. De los sermones del beato Isaac, abad del monasterio de Stella (1147 a
1169) (Sermón 31: PL 194,1292-1293)
Liturgia de las Horas, Sábado V semana del tiempo ordinario
¿Por qué, hermanos, nos preocupamos tan poco de nuestra mutua salvación, y no procuramos
ayudarnos unos a otros en lo que más urgencia tenemos de prestarnos auxilio, llevando mutuamente
nuestras cargas, con espíritu fraternal? Así nos exhorta el Apóstol, diciendo: «Llevad los unos las
cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Gálatas 6,2); y en otro lugar: «Sobrellevaos
mutuamente con amor» (Efesios 4,2. En ello consiste, efectivamente, la ley de Cristo.
Cuando observo en mi hermano alguna deficiencia incorregible —consecuencia de alguna
necesidad o de alguna enfermedad física o moral—, ¿por qué no lo soporto con paciencia, por qué no
lo consuelo de buen grado, tal como está escrito: Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas
las acariciarán? (cfr. Isaías 66,12) ¿No será porque me falta aquella caridad que todo lo aguanta, que
es paciente para soportarlo todo, que es benigna en el amor?
Tal es ciertamente la ley de Cristo, que, en su pasión, soportó nuestros sufrimientos y, por su
misericordia, aguantó nuestros dolores (cfr. Isaías 53,4), amando a aquellos por quienes sufría,
sufriendo por aquellos a quienes amaba. Por el contrario, el que hostiliza a su hermano que está en
dificultades, el que le pone asechanzas en su debilidad, sea cual fuere esta debilidad, se somete a la ley
del diablo y la cumple. Seamos, pues, compasivos, caritativos con nuestros hermanos, soportemos sus
debilidades, tratemos de hacer desaparecer sus vicios.
Cualquier género de vida, cualesquiera que sean sus prácticas o su porte exterior, mientras
busquemos sinceramente el amor de Dios y el amor del prójimo por Dios, será agradable a Dios. La
caridad ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o
a dejarlas como están. Ella es el principio por el cual y el fin hacia el cual todo debe ordenarse. Nada
es culpable si se hace en verdad movido por ella y de acuerdo con ella.
Quiera concedérnosla aquel a quien no podemos agradar sin ella, y sin el cual nada en
absoluto podemos, que vive y reina y es Dios por los siglos inmortales. Amén.
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