miércoles, 22 de febrero de 2017
El amor a Dios y el amor al prójimo son un único mandamiento. 7 domingo del tiempo ordinario (2011). El amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios. La imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo: a) si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina; b) si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.
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El amor a Dios y el amor al prójimo son un único mandamiento. 7 domingo del tiempo ordinario
(2011). El amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el
prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios. La imprescindible interacción entre amor a Dios y
amor al prójimo: a) si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el
prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina; b) si en mi vida omito del todo
la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita
también la relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor. Sólo mi
disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.
Cfr. 7 domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A. 20 de febrero de 2011
Levítico 19, 1-2; 17-18; Sal 102, 1-2.3-4.8 y 10.12-13; 1 Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48
Levítico 19, 1-2.17-18: 1 Habló Yahveh a Moisés, diciendo: 2 Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed
santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo. 17 No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para
que no te cargues con pecado por su causa.
18 No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh.
Mateo 5, 38-48: 38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.39 Pero yo os digo: No repliquéis al malvado;
por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. 40 Al que quiera entrar en pleito
contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa. 41 A quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos. 42 A quien te
pida, dale; y no rehúyas al que quiera de ti algo prestado. 43 Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu
enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro
Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. 46 Porque si
amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? 47 Y si saludáis solamente a
vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? 48 Sed, pues, vosotros perfectos como
vuestro Padre Celestial es perfecto.
A. Jesús une en un único precepto el amor a Dios y el amor al prójimo
1. Los mandamientos del amor a Dios y al prójimo en el Antiguo Testamento y en el
Nuevo Testamento.
o Benedicto XVI, Deus caritas est, 1
Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del
amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (19, 18; cf.
Marcos 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Juan 4, 10), ahora el amor ya no es
sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.
o Benedicto XVI, Homilía 26 de octubre de 2008
El mandamiento mayor de la Ley: amar a Dios con todo el corazón, con toda
el alma, con toda a mente.
La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el
compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús
respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mateo 22,34-35).
Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?" (Mateo
22,36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un
principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos
en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos
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ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento" (Mateo 22,37-38).
En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre
todo por la mañana y por la tarde (cf. Deuteronomio 6,4-9 DT 11,13-21 NB 15,37-41): la proclamación del
amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que
definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la
totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente
objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no
debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al
pensamiento de Dios.
El segundo – amarás a tu prójimo como a ti mismo – es semejante al primero
Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: "El
segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22,39). El aspecto
sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza
entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula
bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Levítico 19,18). De esta forma, en la conclusión del
pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la
Revelación bíblica: "De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mateo 22,40).
o Juan Pablo II, Catequesis 20/10/1999
El amor al prójimo, que no tiene fronteras en el Nuevo Testamento, aparece
vinculado al amor a Dios.
El amor a los semejantes es recomendado ya a los israelitas: "No te vengaras ni guardaras rencor contra
los hijos de tu pueblo. Amaras a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19,18). Aunque este mandamiento en un
primer momento parece restringido únicamente a los israelitas, progresivamente se entiende en sentido cada vez
más amplio, incluyendo a los extranjeros que habitan en medio de ellos, como recuerdo de que Israel también
fue extranjero en tierra de Egipto (Lv 19,34 Dt 10,19).
En el Nuevo Testamento este amor es ordenado en un sentido claramente universal: supone un concepto
de prójimo que no tiene fronteras (Lucas 10,29-37) y se extiende incluso a los enemigos (Mateo 5,43-47). Es
importante notar que el amor al prójimo se considera imitación y prolongación de la bondad misericordiosa del
Padre celestial, que provee a las necesidades de todos y no hace distinción de personas (Mateo 5,45). En
cualquier caso, permanece, vinculado al amor a Dios, pues los dos mandamientos del amor constituyen la
síntesis y el culmen de la Ley y de los Profetas (Mateo 22,40). Solo quien practica ambos mandamientos, esta
cerca del reino de Dios, como dice Jesus respondiendo al escriba que le había hecho la pregunta (Marcos 12,28-
34).
B) El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo es una fuerte llamada a la
inviolabilidad de la vida física y a la integridad de la persona. Proclama la dignidad de
la persona humana.
o Juan Pablo II, Evangelium vitae, 40
El respeto del carácter inviolable de la vida física y la integridad personal
De la sacralidad de la vida deriva su carácter inviolable, inscrito desde el principio en el corazón del
hombre, en su conciencia. La pregunta «¿Qué has hecho?»(Génesis 4, 10), con la que Dios se dirige a Caín
después de que éste hubiera matado a su hermano Abel, presenta la experiencia de cada hombre: en lo profundo
de su conciencia siempre es llamado a respetar el carácter inviolable de la vida - la suya y la de los demás -,
como realidad que no le pertenece, porque es propiedad y don de Dios Creador y Padre.
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El mandamiento relativo al carácter inviolable de la vida humana ocupa el centro de las «diez palabras»
de la alianza del Sinaí(cf. Exodo 34, 28). Prohíbe, ante todo, el homicidio: «No matarás»(Ex 20, 13);«No quites
la vida al inocente y justo»(Exodo 23, 7); pero también condena -como se explicita en la legislación posterior de
Israel- cualquier daño causado a otro (cf. Exodo 21, 12-27). Ciertamente, se debe reconocer que en el Antiguo
Testamento esta sensibilidad por el valor de la vida, aunque ya muy marcada, no alcanza todavía la delicadeza
del Sermón de la Montaña, como se puede ver en algunos aspectos de la legislación entonces vigente, que
establecía penas corporales no leves e incluso la pena de muerte. Pero el mensaje global, que corresponde al
Nuevo Testamento llevar a perfección, es una fuerte llamada a respetar el carácter inviolable de la vida física y la
integridad personal, y tiene su culmen en el mandamiento positivo que obliga a hacerse cargo del prójimo como
de sí mismo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»(Levítico 19, 18).
o Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 29
La persona debe ser amada ya que sólo el amor corresponde a lo que es la
persona.
La persona debe ser amada ya que sólo el amor corresponde a lo que es la persona. Así se explica el
mandamiento del amor, conocido ya en el Antiguo Testamento (cf. Dt. 6, 5; Lev. 19, 18) y puesto por Cristo en
el centro mismo del "ethos" evangélico (cf. Mt. 22, 36-40; Mc. 12, 28-34). De este modo se explica también
aquel primado del amor expresado por las palabras de Pablo en la Carta a los Corintios: "La mayor es la
caridad" (cf. 1 Cor. 13, 13).
Una ley que resuena en la conciencia y proclama la dignidad de la persona
humana.
CEC 1706: Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa «a hacer el bien y a
evitar el mal» (Gaudium et spes, 16). Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se
realiza en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona
humana.
El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para
manifestarle la llamada y los caminos de Dios.
CEC 1962: La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están
resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del
hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo
que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y
los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57, 1).
C) Amor a Dios y amor al prójimo en la Enc. De Benedicto XVI «Deus caritas est».
o El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los
ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios.
n. 16. (…) Nadie ha visto a Dios jamás, ¿cómo podremos amarlo? Y además, el amor no se puede
mandar; a fin de cuentas es un sentimiento que puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad.
La Escritura parece respaldar la primera objeción cuando afirma: «Si alguno dice: ‘‘amo a Dios'', y aborrece a su
hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1
Jn 4, 20). (…) el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo
nos convierte también en ciegos ante Dios.
o Dios no es del todo invisible porque ha aparecido entre nosotros y se ha hecho
visible en Jesús.
n. 17. En efecto, nadie ha visto a Dios tal como es en sí mismo. Y, sin embargo, Dios no es del todo
invisible para nosotros, no ha quedado fuera de nuestro alcance. Dios nos ha amado primero, dice la citada Carta
de Juan (cf. 4, 10), y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues «Dios envió al
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mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4, 9). Dios se ha hecho visible: en Jesús
podemos ver al Padre (cf. Jn 14, 9).
Se ha hecho visible de muchas maneras.
De hecho, Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a
nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz,
hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha
guiado el caminar de la Iglesia naciente. El Señor tampoco ha estado ausente en la historia sucesiva de la Iglesia:
siempre viene a nuestro encuentro a través de los hombres en los que Él se refleja; mediante su Palabra, en los
Sacramentos, especialmente la Eucaristía. En la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los
creyentes, experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a
reconocerla en nuestra vida cotidiana. (…)
o El amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús.
En Dios y con Dios amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera
conozco. Aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y
sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi
amigo.
n. 18. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni
siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha
convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra
persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo.
Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le
hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias
políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo
ofrecerle la mirada de amor que él necesita.
La imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo: si en mi
vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el
prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina.
En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla
con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré
ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina.
Si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo
«piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la
relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor.
Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me
hace sensible también ante Dios. Sólo mi disponibilidad para ayudar al
prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios.
Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir
con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación
«correcta», pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace
sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que
me ama. Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de
amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este
encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al
prójimo son inseparables, son un único mandamiento. (…)
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