martes, 4 de julio de 2017

El tiempo. Homilía del Papa Francisco durante el «Te Deum» de acción de gracias el 31 de diciembre de 2014. El tiempo es el mensajero de Dios. Concluir el año – y también nuestra jornadas – con un examen de conciencia, para «agradecer y pedir perdón». El motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: «nos ha hecho sus hijos, nos ha adoptado como hijos». El don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra al futuro, a la eternidad. Del examen de conciencia depende también, para los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales. A los habitantes de Roma: La conversión de los corazones; el compromiso por construir una ciudad más justa y solidaria.



1 El tiempo. Homilía del Papa Francisco durante el «Te Deum» de acción de gracias el 31 de diciembre de 2014. El tiempo es el mensajero de Dios. Concluir el año – y también nuestra jornadas – con un examen de conciencia, para «agradecer y pedir perdón». El motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: «nos ha hecho sus hijos, nos ha adoptado como hijos». El don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra al futuro, a la eternidad. Del examen de conciencia depende también, para los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales. A los habitantes de Roma: La conversión de los corazones; el compromiso por construir una ciudad más justa y solidaria. Cfr. Homilía del Papa Francisco durante el Te Deum de acción de gracias al final del año 2014. 31 de diciembre de 2014 El tiempo es el mensajero de Dios Queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios nos introduce hoy, de modo especial, en el significado del tiempo para comprender que no es una realidad extraña a Dios, simplemente porque Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, o sea, de la manifestación de Dios y de su amor concreto. De hecho, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Favre. o El tiempo ha sido “tocado por Cristo”: se ha vuelto el «tiempo salvífico». La liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: Hijitos, es la última hora (1Jn 2,18), y la de San Pablo que nos habla de la plenitud de los tiempos (Gal 4,4). Así pues, el día de hoy nos manifiesta que el tiempo ha sido —por así decir— “tocado” por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y de Él ha recibido nuevos y sorprendentes significados: se ha vuelto el tiempo salvífico, es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia. Hubo un comienzo y habrá un término o Concluir el año – y también nuestra jornadas – con un examen de conciencia. «Agradecer y pedir perdón». Y todo esto nos lleva a pensar en el fin del camino de la vida, el final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un término, un tiempo para nacer y un tiempo para morir (Eclesiástico 3,2). Con esta verdad, tan 2 sencilla y fundamental, pero descuidada y olvidada, la Santa Madre Iglesia nos enseña a concluir el año, y también nuestras jornadas, con un examen de conciencia, a través del cual repasemos lo que ha pasado; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido realizar y, a la vez, pedimos perdón por nuestras faltas y pecados. Agradecer y pedir perdón. Es lo que hacemos hoy también al final de un año. Alabamos al Señor con el himno Te Deum y, al mismo tiempo, le pedimos perdón. La actitud de agradecimiento nos dispone a la humildad, a reconocer y acoger los dones del Señor. o El motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: «nos ha hecho sus hijos, nos ha adoptado como hijos». El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: nos ha hecho sus hijos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos colma de un agradecimiento lleno de asombro! Alguno podría decir: Pero, ¿no somos ya todos sus hijos, por el hecho mismo de ser hombres? Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que estamos alejados de Él a causa del pecado original, que nos separa de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por eso, Dios mandó a su Hijo a rescatarnos al precio de su sangre. Y si hay un rescate, es porque hay una esclavitud. Éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de esa esclavitud sustancial salvo Jesús, que asumió nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos de la esclavitud del pecado y restituirnos la condición filial perdida. La liturgia de hoy recuerda también que, en el principio (antes del tiempo) era el Verbo… y el Verbo se hizo hombre, y por eso afirma San Ireneo: Este es el motivo por el que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, fuese hijo de Dios (Adversus haereses, 3,19,1: PG 7,939; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 460). o El don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia Contemporáneamente, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, para preguntarnos: ¿Cómo es nuestro modo de vivir? ¿Vivimos como hijos o como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres? ¿O vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés? La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. o La esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra al futuro, a la eternidad. Existe siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistir la liberación; nos da miedo la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud. La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud reduce el tiempo al momento y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados del pasado y del futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra al futuro, a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar. Para el Señor fue más fácil sacar a los israelitas de Egipto que sacar a Egipto del corazón de los israelitas. Decía hace unos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil sacar a los israelitas de Egipto que sacar a Egipto del corazón de los israelitas. Sí, habían sido liberados materialmente de la esclavitud pero, durante la marcha por el desierto, ante las dificultades y el hambre, empezaron a sentir nostalgia de Egipto cuando comían... cebollas y ajo (cfr. Números 11,5); ¡pero olvidaban que lo comían en la mesa de la esclavitud! En nuestro corazón anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente es más segura, más que la libertad, que es mucho más arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar encerrados por tantos fuegos de artificio, aparentemente hermosos pero que en realidad duran solo pocos instantes! ¡Ese es el reino del momento! Del examen de conciencia depende también, para los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro 3 servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales. De este examen de conciencia depende también, para los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales. A los habitantes de Roma o En esta ciudad, en esta comunidad eclesial, ¿somos libres o esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? ¿O estamos apagados, insípidos, hostiles, desconfiados, irrelevantes, cansados? Por eso, y siendo también Obispo de Roma, quisiera detenerme en nuestra vida en Roma, que representa un gran don, porque significa habitar en la ciudad eterna y, sobre todo, significa para un cristiano formar parte de la Iglesia fundada en el testimonio y martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y también por eso damos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una gran responsabilidad. Jesús dijo: A quien mucho se le dio, mucho se le pedirá (Lc 12,48). Por tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta comunidad eclesial, ¿somos libres o esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? ¿O estamos apagados, insípidos, hostiles, desconfiados, irrelevantes, cansados? La conversión de los corazones; el compromiso por construir una ciudad más justa y solidaria. Sin duda, las graves noticias de corrupción, conocidas recientemente, requieren una seria y consciente conversión de los corazones para un renacimiento espiritual y moral, así como para un renovado compromiso por construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestro actuar diario. Es necesaria una gran y continua actitud de libertad cristiana para tener el valor de proclamar, en nuestra ciudad, que ¡hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles! La enseñanza de un simple diácono romano, San Lorenzo Los pobres: los tesoros de la Iglesia en Roma La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando pidieron a San Lorenzo que llevase y mostrase los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente algunos pobres. Cuando en una ciudad los pobres y los débiles son cuidados, socorridos y ayudados a promoverse en la sociedad, se revelan como el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad. En cambio, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a caer en las redes de las mafias, esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere el ajo y las cebollas de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad, y esa sociedad deja de ser cristiana. Al final de año: pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder así reparar los muchos daños realizados y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, de no añorar la esclavitud. Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una última hora y que existe la plenitud de los tiempos. Al terminar este año, al dar gracias y pedir perdón, nos vendrá bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder así reparar los muchos daños realizados y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, de no añorar la esclavitud. La Virgen Santa, que está precisamente en el corazón del templo de Dios, cuando el Verbo —que era al principio— se hizo uno de nosotros en el tiempo; Ella que dio al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres como hijos de Dios. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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