jueves, 6 de julio de 2017

Jesús en las bodas de Caná (2013)(1). La presencia de Cristo en nuestras alegrías y preocupaciones. Aceptó entonces la invitación a una boda y ahora acepta nuestras invitaciones y está presente por medio de los sacramentos. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que lo invitan.




 1 Jesús en las bodas de Caná (2013)(1). La presencia de Cristo en nuestras alegrías y preocupaciones. Aceptó entonces la invitación a una boda y ahora acepta nuestras invitaciones y está presente por medio de los sacramentos. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que lo invitan. Cfr. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo C, 20-Enero-2013. Isaias 62,1-5 – Salmo 95 - 1 Cor 12,4-11 - Jn 2,1-12 1. La presencia de Cristo en nuestras alegrías y preocupaciones. Aceptó entonces la invitación a una boda y ahora acepta nuestras invitaciones y está presente por medio de los sacramentos. Cfr. Juan Pablo II, Homilía en la Parroquia de la Inmaculada y san Juan Berchmans, 20 enero 1980. o La invitación a las bodas de Caná. En el Evangelio de hoy leemos que el Señor Jesús fue invitado a participar en las bodas que tenían lugar en Caná de Galilea. Esto sucede al comienzo mismo de su actividad magisterial, y el episodio se grabó en la memoria de los presentes, porque precisamente allí Jesús reveló por vez primera la extraordinaria potencia que, desde entonces, debía acompañar siempre su enseñanza. Leemos: «Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos» (Jn 2, 11). Aunque el acontecimiento tiene lugar al comienzo de la actividad de Jesús de Nazaret, ya están en torno a El los discípulos (los futuros Apóstoles), al menos los que habían sido llamados primero. Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había sido invitada principalmente. Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había sido invitada principalmente. En efecto, leemos: «Hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda» (Jn 2, 1-2). Se puede deducir, pues, que Jesús fue invitado con la Madre, y quizá en atención a Ella; en cambio los discípulos fueron invitados juntamente con El. Por vez primera Jesús es invitado entre los hombres; participa en su alegría pero también en sus preocupaciones; cuando faltó el vino para los invitados, realizó el "signo". Debemos concentrar nuestra atención sobre todo en esta invitación. Por vez primera Jesús es invitado entre los hombres; y acepta esta invitación, se queda con ellos, habla, participa en su alegría (las bodas son un momento gozoso), pero también en sus preocupaciones; y para remediar los inconvenientes, cuando faltó el vino para los invitados, realizó el "signo": el primer milagro en Caná de Galilea. Muchas veces más será invitado Jesús por los hombres en el curso de su actividad magisterial, aceptará sus invitaciones, estará en relación con ellos, se sentará a la mesa, conversará. o En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades, que lo invitan. Conviene insistir en esta línea de los acontecimientos: Jesucristo es invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades. Quizá no exista en el mundo una persona que haya tenido tantas invitaciones, Más aún, es necesario afirmar que Jesucristo acepta estas invitaciones, va con cada uno de los hombres, se queda en medio de las comunidades humanas. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de 2 lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades, que lo invitan. En efecto, El ha dicho: "Sí alguno me ama, guardará mi palabra. y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14, 23). También vuestra parroquia es un Caná de Galilea, adonde está invitado Jesús. Y permanece para aceptar la invitación de cada uno. Y he aquí, queridos hermanos y hermanas, que tocamos así la verdad más fundamental para cada uno de vosotros, y al mismo tiempo para vuestra parroquia. También vuestra parroquia es un Caná de Galilea, adonde está invitado Jesús. El ha aceptado esta invitación, y permanece entre vosotros. Permanece incansablemente, incesantemente. Permanece en las comunidades para aceptar, en medio de ellas, la invitación de cada uno. Y el invitado viene y se queda. Meditad profundamente sobre esta presencia de Jesucristo en vuestra parroquia. y en cada uno de vosotros. ¿Sois verdaderamente hospitalarios con El? 3. En el Año de la Fe: ha sido convocado para “renovar al entusiasmo de creer en Jesucristo, reavivar la alegría de caminar por el camino que nos ha indicado, y testimoniar la fuerza transformadora de la fe”. La presencia de Cristo en el anuncio de la Palabra, en la celebración de los sacramentos y en las obras de caridad. Cfr. Benedicto XVI, Catequesis sobre la fe, 17 octubre de 2012 o Con la fe cambia verdaderamente todo en nosotros y para nosotros, y se revela el sentido de la vida, el gusto de ser peregrinos hacia la patria celestial. Encontramos y conocemos a Cristo, es decir, podemos reconocer su presencia entre nosotros, “a través del anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de caridad. (…) Se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona viva que nos transforma en profundidad a nosotros mismos, revelándonos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El encuentro con Cristo renueva nuestras relaciones humanas, orientándolas, de día en día, a mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica del amor. Tener fe en el Señor no es un hecho que interesa sólo a nuestra inteligencia, al área del saber intelectual, sino que es un cambio que involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe cambia verdaderamente todo en nosotros y para nosotros, y se revela con claridad nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el sentido de la vida, el gusto de ser peregrinos hacia la patria celestial”. o La fe es el alma de la vida concreta. La fe afirma que no existe verdadera humanidad más que en los lugares, gestos, tiempos y formas donde el hombre está animado por el amor que viene de Dios, se expresa como don, se manifiesta en relaciones ricas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado hacia el otro. Donde existe dominio, posesión, explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde existe la arrogancia del yo cerrado en sí mismo, el hombre resulta empobrecido, degradado, desfigurado. Pero —nos preguntamos— ¿la fe es verdaderamente la fuerza transformadora en nuestra vida, en mi vida? ¿O es sólo uno de los elementos que forman parte de la existencia, sin ser el determinante que la involucra totalmente? Con las catequesis de este Año de la fe querríamos hacer un camino para reforzar o reencontrar la alegría de la fe, comprendiendo que ésta no es algo ajeno, separado de la vida concreta, sino que es su alma. La fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose y donándose Él mismo en la cruz para salvarnos y volver a abrirnos las puertas del Cielo, indica de manera luminosa que sólo en el amor consiste la plenitud del hombre. Hoy es necesario 3 subrayarlo con claridad —mientras las transformaciones culturales en curso muestran con frecuencia tantas formas de barbarie que llegan bajo el signo de «conquistas de civilización»—: la fe afirma que no existe verdadera humanidad más que en los lugares, gestos, tiempos y formas donde el hombre está animado por el amor que viene de Dios, se expresa como don, se manifiesta en relaciones ricas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado hacia el otro. Donde existe dominio, posesión, explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde existe la arrogancia del yo cerrado en sí mismo, el hombre resulta empobrecido, degradado, desfigurado. La fe cristiana, operosa en la caridad y fuerte en la esperanza, no limita, sino que humaniza la vida; más aún, la hace plenamente humana. 4. La presencia de Jesús en nuestra vida a través de los sacramentos, según el Catecismo de la Iglesia Católica. Los sacramentos, como «fuerzas que brotan» del Cuerpo de Cristo, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y eterna Alianza. n. 1116: Los sacramentos, como «fuerzas que brotan» del Cuerpo de Cristo (Cf Lucas 5, 17; 6, 19; 8, 46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y eterna Alianza. En los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para sanarnos. n. 1504: A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (Cf Marcos 5, 34.36; 9, 23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (Cf Marcos 7, 32-36; 8, 22-25), barro y ablución (Cf Juan 9, 6 s). Los enfermos tratan de tocarlo (Cf Marcos 1, 41; 3, 10; 6, 56), «pues salía de él una fuerza que los curaba a todos» (Lucas 6, 19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para sanarnos. 5. El vino en el matrimonio Cfr. Raniero Cantalamessa, La Parola e la vita, Anno C, Città Nuova, marzo 1998, pp. 196-201 ¿Qué significa invitar a Jesús al propio matrimonio? o La rutina en el amor conyugal No tienen vino (Juan 2, 3). Jesús se resistió un poco, pero hizo el milagro: supo sacar vino nuevo del agua para continuar la fiesta. La presencia de Jesús salvó la alegría de los esposos y permitió que continuase la fiesta. En todo matrimonio entre un hombre y una mujer sucede lo que sucedió en las Bodas de Caná. Comienza con el entusiasmo y la alegría; el vino es, precisamente, símbolo de esa alegría y del amor recíproco que es la causa. Pero este amor y esta alegría - como el vino de Caná -, con el paso de los días o de los años se consuma y se acaba; todo sentimiento humano, precisamente porque es humano, es recesivo, tiende a quemarse y a agotarse; la rutina es “el monstruo que reduce a polvo todos nuestros sentimientos” (Shakespeare); desciende sobre la familia como una nube de tristeza y de aburrimiento; a aquellos invitados a la boda que son los hijos solamente se les ofrece el propio cansancio, la propia frialdad recíproca y, frecuentemente, la propia amarga desilusión. Tinajas llenas de agua. El fuego al que se habían acercado para calentarse se va consumando e todos buscan otros fuegos fuera de los paredes de la casa para calentar el corazón con un poco de afecto. o El remedio es el «ágape». El amor «eros» y el amor «ágape» 1 . ¿Hay algún remedio para esta triste perspectiva? Sí, el mismo remedio que hubo en Caná de 1 Nota de la redacción de Vida Cristiana. Uno de los números esenciales del Catecismo, para entender el amor conyugal como eros y ágape, n. 1643. LOS BIENES Y LAS EXIGENCIAS DEL AMOR CONYUGAL. “«El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a la fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos»” (Familiaris consortio, n. 13). 4 Galilea: ¡invitar a Jesús a la boda de uno! Si Él será considerado como uno de casa, se podrá recurrir a Él cuando comienza a apagarse el entusiasmo, la atracción física, la novedad, en definitiva el amor con el que se había comenzado durante el noviazgo, con el fin de que del agua de la rutina Él haga nacer, poco a poco, un nuevo vino mejor que el primero, es decir, un nuevo tipo de amor conyugal menos efervescente que el amor juvenil, más profundo, más duradero, hecho de comprensión, de conocimiento recíproco, de solidaridad, y también hecho con tanta capacidad de perdonarse. Un amor conyugal, en definitiva, que, permaneciendo como tal, sepa llegar a ser amor evangélico o del prójimo. Que desde eros sepa llegar a ser ágape. El eros es un amor característico de la búsqueda, de la posesión o del placer en el amado; es incapaz de acercarse a algo que no sea objetos y personas bellas, hasta el punto de reducirse con frecuencia más al amor de lo bello que al amor de la persona. El ágape es la donación de sí mismo, de aceptación del otro; sabe gozar del otro sin instrumentalizarlo y hacerlo esclavo. No se excluye el eros entre los cónyuges, es decir, la atracción y el deseo recíprocos, pero fundamentándolo en algo estable, que es gratuito, que perdona, que sabe resistir cuando se pierde la belleza y la juventud. El primero - el eros – es un amor característico de la búsqueda, de la posesión o del placer en el amado; es incapaz de acercarse a algo que no sea objetos y personas bellas, hasta el punto de reducirse con frecuencia más al amor de lo bello que al amor de la persona. El otro - el ágape – es la caridad cristiana, hecha de donación de sí mismo, de aceptación del otro; que sabe gozar del otro sin querer poseerlo, es decir sin instrumentalizarlo y hacerlo esclavo. Esta caridad, cuando es sana y genuina, no excluye el eros entre los cónyuges, es decir la atracción y el deseo recíprocos, pero lo fundamenta en algo más grande y más estable que es el Amor mismo de Dios Padre, que nos ha sido traído por Jesucristo: un amor gratuito, que perdona, que sabe resistir cuando se pierde la belleza y la juventud, precisamente porque no es estimulado por la belleza del partner, sino por el hecho de que participa del mismo amor del Padre. El matrimonio no es un negocio privado entre un hombre y una mujer, en el que la religión o el sacerdote deben participar solamente para rociarlos con agua bendita, o para dar un poco de lustre exterior con órgano, flores y alfombras, sino que es una vocación. Preguntémonos concretamente: ¿qué significa invitar a Jesús al propio matrimonio? Significa, antes que nada, reconocer desde el principio del noviazgo que el matrimonio no es un negocio privado entre un hombre y una mujer, en el que la religión o el sacerdote deben participar solamente para rociarlos con agua bendita, o para dar un poco de lustre exterior con órgano, flores y alfombras, sino que es una vocación, una llamada a realizar de un cierto modo las propia vida y el propio destino; vocación que viene de Dios y de quien, por tanto, debe extraer la norma y la fuerza. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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