Ø Solemnidad de San Pedro y San Pablo (29 de junio de 2017). Homilía de Papa Francisco. Tres
palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión (de la fe), persecución (ofrecer la propia vida), oración.
Tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración.
v Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón.
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La liturgia nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del
apóstol: confesión, persecución,
oración.
o A) Confesión (de la fe). Una pregunta esencial de Jesús sobre la vida que exige una respuesta de vida. No «somos cristianos de salón».
§ «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Una opción de vida, no sólo de palabra, sino con obras y con nuestra vida.
La confesión es la de
Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino
particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el
Hijo del Hombre?» (Mt 16,13). Y de esta «encuesta» se revela de
distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando
el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, responde sólo Pedro: «Tú eres
el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que
Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta
pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores.
Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque
se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida.
Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús
como Señor de la propia vida. Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta:
«¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el
Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu
confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy
nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos
nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no
sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos
de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el
mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la
vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de
dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que
está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con
«vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el
riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa
a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un
cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros
caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la
resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
o B)
persecución: ofrecer la propia vida.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron
sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los
comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro
de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes
del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia
cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados,
víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer
que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
§ Pablo siguió al Maestro, ofreciendo también su propia vida. Sin la Cruz no hay Cristo y no puede haber tampoco un cristiano.
«Es propio del cristiano no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males». No es sólo tener paciencia y continuar con resignación; es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que
el Apóstol Pablo afirma antes de «ser —como escribe— derramado en libación» (2 Tm 4,6).
Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado
(cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20).
De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también
su propia vida. Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber
tampoco un cristiano. En efecto, «es propio de la virtud cristiana no sólo
hacer el bien, sino también saber soportar los males» (Agustín, Disc.
46.13), como Jesús. Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con
resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los
hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza
porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros.
Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos «atribulados en
todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no
abandonados» (2 Co 4,8-9).
§ Pablo se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe»
Soportar es saber vencer con Jesús, a la
manera de Jesús, no a la manera del mundo. Por eso Pablo —lo hemos oímos— se
considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8)
y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado
la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no
vivir para sí mismo, sino para Jesús y para
los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien
consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la
confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las
humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse.
Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que
muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el
poder salvador de la cruz de Jesús.
o C) La tercera palabra es oración.
§
La vida del apóstol, que brota de la confesión y
desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que
alimenta la esperanza y hace crecer la confianza.
La oración nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios.
La tercera palabra es oración.
La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento,
transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que
alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir
amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros,
porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos
sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas. Nos lo recuerda la primera
lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza
está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el
camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos
sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a
la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin
oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un
corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide,
toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero
al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando
se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que
sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que
es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas.
Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros,
queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que
confesaron la fe con su sangre. Estará también cerca de vosotros, queridos
hermanos Arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro
vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre
sus hombros. El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño
reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico,
y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión
apostólica.
Vida Cristiana
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