Aquel día, “dijo Jesús a sus apóstoles: El
que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”. Y añadió: “El que recibe a un profeta
porque es profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá paga de justo”.
La clave para entrar en el misterio de
este domingo nos la da la palabra “recibir”, que, según los
diccionarios de la lengua castellana, se dice del que “acoge a otro en su compañía o comunidad”.
Pero en los tiempos de mi infancia, en el
diccionario del pueblo, más rico de matices que el de los académicos, la
palabra “recibir” significaba lo que hoy todos llaman “comulgar”.
Y así, decíamos: “fui a recibir”, para decir que habíamos ido a comulgar.
La fe, Iglesia cuerpo de Cristo, te pide que
mantengas estrechamente unidos ambos significados, el de acoger y el de comulgar,
pues el mismo Jesús te enseña que, quien acoge a uno de esos pequeñuelos –a
uno de esos mínimos, de esos insignificantes- sólo porque es su discípulo, acoge
a Jesús que lo envía, y acoge al Padre, del que Jesús es el
enviado. Jesús te enseña que, si acoges a uno de esos pequeños, ¡comulgas!
Aprenderás también que, si cuidas de esos
pequeños, sólo porque son pequeños, habrás cuidado del Rey de cielos y tierra y,
aun sin saberlo, habrás comulgado con él.
La fe te hace ver como un pecado contra la
comunión con Cristo, contra la dicha en Cristo, contra ti mismo, te hace ver como
negación de la comunión, de la dicha y de ti mismo, las fronteras que se han
vuelto barreras de cuchillas contra los pobres, las leyes que se han vuelto
instrumentos de inequidad contra los pequeños, las opciones morales –opciones
inmorales: políticas, económicas, sociológicas- que dejan tirados al borde del
camino a los que no cuentan.
Y si me dices que de esa manera –recibiendo, acogiendo, comulgando- pierdes
tu vida, el Señor te asegura que ésa es la única manera en que la podrás
encontrar.
Hoy, reunidos en torno a Cristo
resucitado, escuchamos su palabra –la acogemos-, comemos el Pan que él ha
preparado para la mesa del Reino de Dios –lo recibimos-, y cuidamos de él
–comulgamos con él- en los pequeños que son su cuerpo: en los que tienen
hambre; en los que tienen sed; en los que parecen haber nacido para ser
esclavos de todos, para llevar las cargas de todos, para ser despreciados por
todos.
Feliz domingo.
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